El Milan no remontaba entonces la deriva a la que se había acostumbrado en los años anteriores: la elección de Giampaolo para el banquillo no fue acertada y en octubre ya dejaba el puesto para ser sustituido por Stefano Pioli, que no ilusionaba en absoluto a la hinchada rossonera. Pero la noticia que llegaba a pocos días de terminar aquel año 2019 era otra historia: Zlatan Ibrahimovic terminaba su ciclo en Los Ángeles Galaxy después de brillar en los estadios estadounidenses. “Gracias por hacerme sentir vivo otra vez. Para los aficionados del Galaxy, queríais a Zlatan y os di a Zlatan. De nada. La historia continúa, ahora ya podéis volver a ver béisbol”, espetó. La Befana, equivalente transalpino de los Reyes Magos, llegaba con unos días de antelación a San Siro y el Milan anunciaba su regreso, y entonces todo cambió.

La vuelta de Ibrahimovic a Milán fue muchas cosas, entre ellas una oportunidad de mercado: no estaba el equipo italiano para muchos desembolsos ni grandes nombres, pero en Los Ángeles aguardaba un futbolista de 38 años al que los grandes descartaban pero al que quedaban aún muchas tardes de conquista. Apareció entonces el conjunto rossonero, donde había liderado en 2011 junto a Thiago Silva, los veteranos Nesta, Seedorf o Gattuso y la samba de Pato y Robinho al último Milan campeón de Italia. No era la que se encontró a su regreso una plantilla tan ilustre como aquella, pero tenía potencial: jugadores como Kessié, Rebic o Calhanoglu debían encontrar su mejor versión y jóvenes como Theo, Donnarumma o Leao dar un paso adelante.

Pioli dio con la tecla desde el banquillo e Ibrahimovic ejerció el liderazgo: aquel equipo joven y a la deriva encontró en el sueco el faro que les guió hacia la victoria con su carácter y experiencia, además, claro, de sus goles. Lo hizo ayudado de un Simon Kjaer cuya carrera repleta de altibajos encontró su mejor momento en San Siro para convertirse en el equivalente de Zlatan en la defensa. Tras una primera vuelta nefasta, la segunda fue otra historia y el equipo remontó hasta posiciones europeas.

Los de Pioli continuaron con la buena sintonía al año siguiente y fueron campeones de invierno, aunque el Inter de Conte fue un rival demasiado duro para el Scudetto y acabó levantando el título. Con la segunda plaza, el Milan regresaba a la Liga de Campeones e Ibrahimovic volvía a ser esencial, aunque ya entonces las lesiones hicieron mella en su número de apariciones. Se sentaron bases importantes aquella temporada, como el fichaje de Tonali o la irrupción de Leao, que ya comenzaba a explotar sus condiciones. Un Leao que terminaría recogiendo su testigo como puntal ofensivo y que en alguna ocasión señaló a Ibra como uno de los referentes en su evolución.

El Scudetto volvió a ser rossonero

El ansiado título de liga llegaría al año siguiente. No obstante, la participación de Ibra seguía bajando por las lesiones, aunque Maldini se había guardado esta vez las espaldas con la contratación de otro ilustre veterano como Giroud. Jugadores como Leao, Theo y Tonali seguían creciendo y ni siquiera se notó demasiado la salida de jugadores como Calhanoglu o Donnarumma, a quien sustituyó Maignan de forma impecable. Aunque Ibra no estuviese sobre el césped, seguía siendo el líder de un vestuario siempre dispuesto a escucharlo.

Y ya esta temporada recién finalizada, las lesiones apenas le dejaron pisar el verde en un puñado de partidos. Una temporada irregular en Italia para el equipo, pero en la que se alcanzaron las semifinales de la Liga de Campeones cuando no muchos podían esperarlo. La participación del gigante sueco bajó en la consecución del título de liga y en el camino europeo, pero que nadie dude de que fue esencial en ambos éxitos, el pilar maestro sobre el que se edificó la resurrección milanista y al que se ha echado en falta cuando las lesiones no le han permitido jugar: quién sabe lo que se habría logrado con él junto a los Maignan, Theo, Tonali, Bennacer o Leao.

Despedida y retirada

Se llegó a hablar de su renovación por un año más, pero la realidad iba por otro camino: la de sus repetidas lesiones. Una vez confirmada su salida del Milan se dudaba si ficharía otro equipo, pero en una despedida propia de reyes en San Siro, en el último encuentro liguero ante el Hellas Verona, confirmó también su retirada. Sus lágrimas certificaron dos cosas: lo especial de la despedida que le brindó el club y que los gigantes también lloran.

Se va un jugador único en varios sentidos, dentro y fuera del césped. Autor de goles imposibles y de frases contundentes, acróbata de 1,95 y contorsionista de titulares, un jugador de culto conocido por todos al que la ausencia de balones de oro y ligas de campeones no impidieron ser uno de los favoritos de aquellos que siguieron su carrera. Equipos como el Ajax, Juventus, Inter, Milan, Barcelona, PSG o Manchester United lo tuvieron en sus filas y en todos esos puntos de la geografía europea dejó su impronta, además de hacer las Américas en la MLS y ayudar a crecer el fútbol allí un poco más: seguro que dejaron el béisbol para otro momento.

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Gabriel Caballero

Periodista
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