Escucho a Luis Enrique decir que no es justo individualizar una derrota. Lo hace para responder la pregunta de un periodista que destaca la figura, descompuesta en la eliminatoria contra el Atlético, de Messi. Lógicamente el argentino no es el culpable de que el cuadro colchonero esté entre los cuatro mejores equipos de Europa y el Barcelona no, pero desde que el ‘10’ azulgrana ha soltado el pedal del acelerador, su equipo no carbura. Leo no es culpable, pero sí responsable como su acompañante Neymar, del desatino ofensivo en los últimos partidos del vigente campeón de casi todo. Sin embargo, si en tantas ocasiones se ha individualizado un triunfo —de hecho este Barça se conoce como “el de Messi” por muchos entrenadores que pasen por el banquillo del Camp Nou—, no debería extrañar que al crack se le otorgue su merecido trocito del pastel, de culpa o responsabilidad, como guste llamarlo aunque lo segundo sea un eufemismo de lo primero, cuando su equipo no responde como se espera.
El Atlético de Madrid estará en semifinales de la Champions League y estará por pleno merecimiento después de ganar al Barcelona por 2-0 en el Vicente Calderón y darle así la vuelta a la eliminatoria que se complicó la semana pasada en la Ciudad Condal (2-1 en contra). Estará porque fue superior, porque creyó en ello y porque se dejó la piel para que nada ni nadie arruinara la fiesta que se vivió a orillas del Manzanares. Estará porque sabe sobreponerse a los contratiempos, como sucedió en la ida con la expulsión de Fernando Torres, y porque choques como el de anoche encajan como anillo al dedo en la filosofía colchonera. Si está, no es desde luego porque el árbitro no viera una mano dentro del área de Gabi en el minuto 91. El culé que quiera agarrarse a eso que pase por una óptica o simplemente le vuelva a echar un vistazo a los 180 minutos de eliminatoria. Los árbitros aciertan y la cagan por partes iguales. Y en 90 minutos, al Barça le bastaba con marcar ‘sólo’ un gol.
A especular
Si no lo hizo fue porque primero salió a especular, a ver qué hacía su rival. El resultado le beneficiaba y a priori era el Atlético el que tenía que arriesgar. Parecía el típico partido de 0-0 en el que decidirían los últimos veinte minutos con un Barcelona agazapado y un Atlético a la desesperada. Lo parecía hasta que un testarazo de Griezmann (35’) cambió las tornas y las postrimerías fueron tal cual se esperaban, pero con el Barça tratando de desarbolar el entramado defensivo del adversario, que cedió gustosamente la posesión a los de Luis Enrique para que de alguna manera recordara la versión ofensiva a la que antes de medirse al Villarreal (donde comenzó ‘todo’) acostumbraban a su afición los barcelonistas. Con los papeles cambiados, no había manera de superar a Oblak como tampoco la hubo anteriormente contra Keylor Navas ni Rulli. Síntomas de querer y no poder el que últimamente acompaña al fútbol azulgrana. En una contra llegó la puntilla con el penalti de Iniesta que no fallaría Griezmann (87’).
Porque el Barça estuviera gris en el Calderón no sería bueno poner el foco en Messi. Pero de futbolistas de su clase es de quienes se espera que puedan desequilibrar el partido cuando el conjunto en sí no da pie con bola. El más activo en ataque fue Suárez, que las tuvo con un sobrio Godín. Messi tuvo la última, para igualar la eliminatoria, en la falta que debió ser penalti pero que no sirve como excusa. El balón se fue a las nubes. El estado de la MSN en particular ha ofrecido su peor rendimiento precisamente cuando más alto debía ser. No es momento de matar a nadie, ni de individualizar, vale. Así que si de un colectivo hay que estar orgulloso esta noche es el que forman los vivarachos del Atlético. Del primero al último, han sido capaces de darle la vuelta a la eliminatoria, empequeñecer un rival que le tenía cogida la medida y volver a hacer historia logrando el billete a las semis de Champions. Y todo ello yendo partido a partido. Sin siglas pero con símbolos. Los de una plantilla que quiere más. Felicidades, Atleti.
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