Los dos gigantes del fútbol español se han llevado un severo correctivo en sus respectivas visitas a Alemania. Dos derrotas incontestables que sí, pueden tener margen de corrección; sin embargo unas hipotéticas remontadas (épica o milagrosa, según el caso) no deberían ocultar bajo la alfombra el polvo que hay que barrer.
Al FC Barcelona y al Real Madrid le han hecho sendos retratos en tierras germanas. Sus rivales sacaron a relucir todos los males y algunas miserias de los dos gallitos del fútbol europeo. Además, y éste es quizá su mayor mérito, tanto Bayern de Múnich como Borussia Dortmund lo hicieron a partir de sus estilos, con los retoques y prudencias connaturales a unas semifinales de Champions, pero siendo fieles a sus propias filosofías.
Dejándonos llevar por las tentadoras exageraciones, podríamos decir que uno podría ahorrarse cientos de horas de vídeo para analizar cuáles son los defectos de blancos y blaugranas: con revisionar las tres horas de fútbol que vimos los pasados martes y miércoles, podríamos decir que ya lo sabemos (casi) todo.
FC Barcelona, sin ideas ni tensión
El martes, ofensivamente, el Barça combinó lento y mal y sus pocas intenciones fueron totalmente previsibles. A la hora de defender volvió a pagar su indefinición, como lleva haciendo todo el curso (en el que han sufrido más goles que nunca en la Era Messi). Ni presiona arriba con fuerza y, lo que es más importante, orden, ni ofrece ninguna garantía al replegarse sobre su área. Defensivamente, vive en la Tierra de Nadie.
En el primer tramo de la temporada Tito Vilanova dejó que su equipo se verticalizara, fuertemente influenciado por la posición interior de Fàbregas. Xavi Hernández, el veterano capitán y timonel de la nave, perdió mucha influencia en el juego en favor de Cesc y Messi, que impusieron un ritmo mucho más alto. Durante meses, el Barça vivió más o menos cómodo en el vértigo, en los partidos de ida y vuelta. Comenzó a recibir más goles pero su gran caudal goleador, apoyado en un Messi estratosférico, lo compensaba. No se controlaban los partidos pero se iba sumando de tres en tres. 17 victorias y un solo empate en las 18 primeras jornadas como aval.
Pero coincidiendo con la marcha de Vilanova a Nueva York (haya tenido la influencia que haya tenido esta circunstancia), el equipo blaugrana bajó de revoluciones. La intención fue, posiblemente, tratar de fusionar la versión anterior, la de masticar a los rivales poco a poco, con la nueva, la de ser más verticales y desenfrenados. Como hemos visto, los resultados no han sido lo esperados. Xavi no ha vuelto a gobernar un partido como lo hacía antes y Cesc y Messi bajaron enormemente su rendimiento. El de Arenys acabó perdiendo la titularidad; el argentino ha jugado su peor segunda vuelta desde que colecciona balones de oro, pero su portentoso acierto goleador lo ha disimulado.
El Barça vertiginoso de la primera vuelta daba cierta sensación de vulnerabilidad, lo que de hecho, favorecía su plan: los contrarios se animaban a atacar, se abrían y los blaugranas se aprovechaban de ello. Cuando se desaceleró, perdió potencia pero siguió siendo igual de vulnerable.
Abandonado el tempo allegro, el que premiaba a algunos solistas (Messi y Cesc, principalmente) no volvió al andante de Xavi, sino que se quedó en un moderato que no encontró ni director de orquesta ni buenos intérpretes. De camino, comenzando por el 3-4-3 del curso pasado, el Barça ha ido perdiendo dos de sus virtudes más importantes: la actitud y la tensión. Dos olvidos acentuados por el agravio comparativo con el Bayern.
Jupp Heynckes ha logrado llevar al Bayern al punto equilibrado que no ha logrado hallar (todavía) Tito Vilanova. Los bávaros han mejorado una barbaridad con el control de la pelota: son inteligentes, manejan varios ritmos de circulación y saben moverse a todo lo ancho para impulsar sus fuertes alas. Pero han sabido recorrer ese largo camino evolutivo, un camino duro y sufrido (dos finales de Champions perdidas de por medio), sin perder un ápice de sus virtudes naturales. Con espacio para correr siguen siendo igual de temibles, llegando al área en oleadas, castigándote por los costados, haciéndote correr hacia atrás hasta que te acaban embotellando.
Todo ello con un gran compromiso colectivo, que empieza con sus hombres más ofensivos y talentosos siendo los primeros que se arremangan a la hora defender. Un trabajo en bloque cementado por la solidaridad recíproca de todos. Como decíamos, justo, justo lo que ha perdido el Barça. La filosofía que modernizó ese loco vanguardista que es Guardiola está cimentada en dos columnas. De una se habla siempre; de la otra, no tanto. Nadie reniega del fútbol control, de posesión, de querer ser siempre los protagonistas, de jugar no sólo bien, sino también bonito. Pero no hay que olvidar el otro pilar: para ser los más buenos y los más guapos, primero hay que ser humildes y trabajar como el que más, hay que sudar y llenarse de barro.
El Barcelona de este segundo tramo de temporada se ha movido sin motor. A la deriva, impulsado únicamente por la inercia que traía de La Odisea de Pep. El martes volvió a navegar sin rumbo y fue arrollado por una máquina de guerra que vuela a todo trapo. Haría muy bien el Barça si además de examinarse a sí mismo, utilizase al Bayern como espejo: los bávaros (como también el Borussia) tienen mucho de lo que ellos han perdido: actitud, tensión, compromiso, solidaridad…
PS. Mañana, segundo retrato con el Real Madrid.