Después de la preocupante imagen ante la visita del Atlético, le venía bien al Real Madrid recibir pocos días después a un rival tan manejable como el Copenhague. Supieron aprovecharlo con una goleada por 4-0 que sirve de bálsamo momentáneo, pero aún no se han despejado, ni mucho menos, todas las dudas que rodean al conjunto de Carlo Ancelotti.
Un Carlo Ancelotti que fue recibidio con pitos por sus cuestionables decisiones en el derbi. Él mismo reconoció en parte sus errores, recuperando el 4-3-3 por el que apostó en principio de temporada y que había ido convirtiendo últimamente en un 4-4-2. En consecuencia, vimos a un Madrid con mucho más orden y argumentos con el balón en los pies, pero con una velocidad cansina y apática. Juego muy previsible, y aún así suficiente dada la fragilidad del oponente.
La presencia de Illarramendi como mediocentro era la que aportaba equilibrio al equipo, mientras Modric y Khedira, como interiores, tenían mucha mayor libertad para descolgarse por la zona de ataque y apoyar a los laterales. Mucho más ofensivos que el pasado sábado.
La importancia de Marcelo
Cómo echaba de menos a Marcelo el Real Madrid. Especialmente a día de hoy, mientras se intenta acoplar a un estilo de juego de toque. Aún no están preparados para atacar en estático -sobre todo cuando no está Isco-. Sus jugadores se ahogan sin espacios y no son capaces de darle un buen ritmo a la circulación de balón. Ante tales problemas, la presencia de Marcelo es una bendición.
Marcelo aporta el factor sorpresa con sus continuas subidas. Su caótica forma de atacar vuelve loco al rival, lo desordena, y aparecen los huecos. Su actuación en la primera parte fue extraordinaria, y de sus botas llegó el centro con el que Cristiano Ronaldo firmó el 1-0. En la segunda parte estuvo más tímido. Es normal, ya que acaba de volver tras lesión. Pero el brasileño nos ha recordado lo importante que resulta su presencia, sobre todo ante rivales que se encierran.
Di María, protagonista
Para lo bueno y para lo malo, pero protagonista. Es un futbolista de acciones tan frenéticas, que a veces se obceca con hacerlo todo en un abrir y cerrar de ojos, cuando el encuentro pide pausa. Pero su calidad es incuestionable, incluso desde la banda derecha.
Porque Di María es un zurdo tan cerrado, que a veces cuesta entender que su posición esté tan delimitada a jugar a pierna cambiada. Sin embargo, su capacidad de sacrificio y ambición le han servido para sobrevivir en un hábitat que no le es natural. Nunca pone un centro sin antes recortar hacia dentro para habilitar el golpeo de su pierna izquierda. Antes de utilizar la derecha, prefiere hacer una rabona, como en el gran segundo gol -de nuevo definido por Cristiano-.
Pero los recursos de Di María no terminan ahí. En la segunda parte, con muchos más espacios, se encontró más cómodo. Así terminó de redondear la goleada merengue, con dos tantos similares en los que se va hacia dentro para definir con el interior al palo largo del guardameta rival.
La actuación de Casillas
Nueva oportunidad para ver a Iker Casillas en el once inicial. Y hoy todos los medios, cómo no, le aclaman. “Ha vuelto el Santo”, afirman muchos. Me pregunto si habré visto otro partido. Todo esto no hace más que dar la razón a los que creemos que no se es objetivo con Iker.
Seamos serios. Casillas tuvo poco trabajo, y en sus pocas intervenciones no fue contundente. El Madrid volvió a sufrir mucho por alto, donde llegué a contar tres salidas en falso del guardameta merengue. Una de ellas, a punto de ser gol si no es por la polémica labor de Modric bajo palos.
Es cierto que con sus intervenciones en el último minuto demostró que sus reflejos siguen siendo privilegiados. Eso sí, solucionando otras dos salidas por alto dudosas. Paradas que sirvieron para que muchos puedan hoy inflar el pecho y tirar de demagogia en sus titulares. Algo que nunca veo que hagan con Diego López, cuando partido tras partido es el mejor del Real Madrid, ante rivales mucho más exigentes que el Copenhague. Casualidades, supongo.