El FC Barcelona estuvo muy cerca de la eliminación a manos de un Paris Saint-Germain que fue superior en la mayor parte del partido. Sobre todo en un primer tiempo en el que los blaugranas salieron agarrotados ya de arranque y fueron incapaces de quitarse los miedos de encima. Sólo una nueva providencial actuación de Víctor Valdés sostuvo al Barça, que tuvo que echar mano de un mermado Lionel Messi para buscar el empate al gol con el que Pastore adelantó a los franceses.
Tito Vilanova optó finalmente por Adriano para cubrir el puesto de acompañante de Piqué. Como se esperaba, Cesc Fàbregas ocupó el puesto de falso nueve. Por su parte, Carlo Ancelotti sacó el once más o menos esperado, con Verreti y Motta en el doble pivote. Lo que marcó la diferencia, mucho más que los nombres, fue la actitud e intención con la que salió cada equipo. El PSG, que no tenía nada que perder, le puso intensidad y verticalidad, mientras que el Barça vivió atenazado por su propio temor a su debilidad defensiva.
Los galos además de ejecutar una fuerte presión para lograr recuperaciones en zonas altas y desde ahí lanzar contragolpes rápidos, también supieron mover la pelota con bastante criterio, consiguiendo posesiones largas y con mucho más sentido que las blaugranas. Moura embestía por el flanco derecho e Ibrahimovic hizo de pivot a la perfección. Pero el más destacado de la primera parte fue Javier Pastore, que supo aprovechar el mal noche de Busquets para desequilibrar entre líneas una y otra vez.
El pivote catalán jugó su peor partido en mucho tiempo, con malas decisiones reiteradas, tanto en su colocación defensiva como en la gestión de la pelota. Busquets es el eslabón clave en la cadena blaugrana: con él roto, todo se debilita. Exceptuando a Iniesta, otra vez un faro en la niebla, la zona baja del Barça tampoco encontró alternativas en los hombres de vanguardia. Especialmente malo el partido de Cesc, desdibujado toda la noche. Su carácter caótico no le favorece nada a la hora de ser juzgado: cuando le sale bien, uno se sorprende de las vías que encuentra; cuando todo le va mal, nadie entiende qué está haciendo.
El descanso supuso un alivio para el equipo catalán. Si bien había logrado hacerse con más posesión que su rival, su juego no fue nada incisivo, sino romo y timorato. Valga como muestra que no disparó entre los tres palos en todo el primer tiempo. El entretiempo debía servir para que Vilanova tratase de ordenar a sus jugadores, de que jugaran “más juntos, no tan largos” como les venía gritando desde la zona técnica. Sin olvidar algo clave: desprenderse de ese velo de temor a recibir un gol que les afligía.
No hubo mucho tiempo para valorar posibles cambios de rumbo. Una contra eléctrica en la que Ibrahimovic ejerció a la perfección de pared para habilitar a Pastore, que superó a Valdés en el mano a mano. El Barça tembló y tardó algunos minutos en recuperarse del golpe, como le pasa habitualmente cuando recibe un gol en las grandes citas. No supo aprovechar esa fase el PSG, que en lugar de mantener el bloque, pronto se partió en dos cuando sus cuatro hombres de ataca, a los que ya les cuesta defender por naturaleza, dejaron de bajar, quedándose descolgados y a la espera de la gloria en otra contra.
En consecuencia, Xavi encontró más espacio para hilar desde el círculo central y el Barça, empujado por el resultado y el reloj, trató de aumentar el ritmo de su circulación. Sin embargo, a años luz de la pasión mostrada ante el Milan, la ligera mejoría blaugrana no invitaba a ser optimista. Había que echar mano de la carta reservada, del as de la baraja. Messi salió a calentar ante los vítores y plegarias de la parroquia culé. Había que arriesgar, no quedaba otra.
Sin Messi el Barça jugó con miedo. Eso es innegable. Pero tampoco hay que obviar el otro lado: gran parte de ese miedo se transfirió al PSG con su sola entrada al terreno de juego. Cual Cid Campeador, la aparición de Messi sobre el campo de batalla, supuso un vuelco considerable en el ánimo de ambos ejércitos. Con La Pulga ya presente, Iniesta obligó a Sirigu a hacer su primera parada en el minuto 65. Cinco después, una internada en el área de Villa le permitió ceder un balón franco a Pedro, que no falló en la ejecución final. El Barça se encontró con un empate en su segundo disparo, es decir: sin haber hecho demasiados méritos.
Con un resultado que le ponía por delante en el global, el Barça por fin se soltó un poco y tomó una decisión inteligente: ni suicidarse como hizo ante el Chelsea el año pasado, ni dejarse ir como hizo en Milán no hace tanto. Cogió la pelota y se dedicó a moverla de una banda a otra, arriesgando lo mínimo pero siempre en campo rival. El PSG tampoco propuso nada nuevo: balones altos a Ibrahimovic para ver si en una segunda jugada sonaba la flauta. No sonó, en parte porque Bartra, descartado del once inicial primero, alternativa de emergencia ante una nueva lesión de Adriano después, acompañó bien a Piqué, Busquets y Song en el achique aéreo.
Ésta ha sido, sin duda, la clasificación menos meritoria del Barça de las seis semifinales de Champions seguidas que atesora actualmente. Pero mantenerse seis años entre los cuatro mejores equipos de Europa no es un dato baladí y nadie puede ser brillante siempre. Al PSG le falta solidez y experiencia para poder convertir su potencia económica y nominal en un equipo capaz de dar el salto definitivo, el que lleva a equipos como Barça, Bayern o Madrid a cumplir las expectativas.