La delgada línea entre gloria y hecatombe

Un ambiente a la altura de las grandes citas de su historia, delataba lo necesitada que está la afición valencianista de alegrías, después de una temporada repleta de problemas. El equipo estuvo a la altura de las expectativas, y rozó con los dedos una remontada épica. Pero como suele decirse, a perro flaco todo son pulgas y anoche el fútbol se cebó de una manera cruel con el Valencia. Ese gol de Mbia en el último suspiro será muy difícil de digerir.

En el lado contrario tenemos a un Sevilla resucitado tras agonizar durante 89 minutos. Los de Unai Emery se vieron sobrepasados por su rival durante buena parte del encuentro, y cuando parecía que ya estaba todo perdido, hicieron gala de su extraordinario juego aéreo para sacar un gol de la nada. De un saque de banda que peinó Fazio para que rematara Mbia ante la mirada incrédula de Mestalla. De verse eliminados a sacar un billete a Turín en cuestión de segundos. Así es el fútbol.

Aunque Mestalla confiaba en el Valencia, el 2-0 de la ida era un resultado muy poco halagüeño. Más aún cuando en los primeros minutos de partido, el Sevilla lanzó un par de contragolpes entre Rakitic y Bacca que pusieron en alerta a la zaga valencianista. Sin embargo, esa no iba a ser la tónica habitual. Rápidamente el Valencia se haría con el mando del encuentro liderados por un omnipresente Dani Parejo.

Porque el Valencia no remontó por simple empuje, sino que lo hizo jugando con sentido, llevando a cabo un plan de juego muy claro y firmando uno de sus mejores partidos de la temporada. Sin Paco Alcácer, Pizzi renunció a la figura del nueve y apostó por futbolistas de ataque con mucha movilidad. Esa falta de posiciones fijas volvió loca a la dupla de centrales conformada por Fazio y Pareja, que no encontraban marca. Jonas y Vargas bajaban a recibir, Feghouli y Piatti se cruzaban hacia dentro, y el Valencia acumulaba jugadores en la zona central para que las bandas quedaran libres ante las subidas de los laterales. En especial un gran Juan Bernat.

Fruto de este criterio en el juego, el Valencia ya había empatado la eliminatoria a los 25 minutos con goles de Feghouli y Jonas. A partir de ahí, la intensidad fue disminuyendo y el duelo entre ambos equiparándose. El Valencia, que ahora ya tenía algo que perder, seguía llevando el peso del partido pero el Sevilla ya no sufría tanto. Así fueron pasando los minutos hasta que en el 69, a la salida de un córner, Mathieu se encontró un balón muerto con el que fusiló a Beto.

Emery, que acababa de retirar a Bacca por Gameiro, se encontró de sopetón con la obligación de ver puerta. Dio entrada a Alberto Moreno, y poco despues a Marko Marin. Dos futbolistas a los que no les quema el balón en los pies. Sin embargo, el fútbol ya no existía. El Valencia estaba arañando minutos al crono por lo civil y por lo criminal, y la continuidad en el juego era imposible. ¿Era lo más indicado? Posiblemente. Pero no puedo evitar pensar en cómo el Atlético de Madrid, la noche anterior, había dado un recital en Stamford Bridge cuando el viento ya estaba a favor. Cómo el conjunto colchonero, liderado por Koke, decidió arañarle minutos al crono escondiendo el balón a su rival. Pizzi renunció a eso cuando retiró del terreno de juego a Dani Parejo ante un sorprendido Seydou Keita. Desde que el futbolista madrileño se fue del campo, el Valencia renunció al balón por completo, retrasó líneas, y el Sevilla consiguió acercarse a Diego Alves con menos obstáculos.

Los que lloraban se fueron cantando, y los que cantaban tardarán en dejar de llorar. Es lo bueno y lo malo del fútbol. La capacidad que tiene para bajarte del cielo a los infiernos en cuestión de segundos, y viceversa. Pero lo mejor de todo es que este deporte siempre te ofrece revanchas, momentos para resarcirse de las decepciones del pasado. Y si no, que se lo digan al Benfica, contra el que el Sevilla se jugará el título el próximo 14 de mayo en Turín. Suerte para los andaluces, y ánimo para toda la afición valencianista. El destino ha sido cruel, pero el equipo dio motivos más que de sobra para sentirse orgullosos.

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Daniel Iglesias

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