Sí, este fin de semana hemos elogiado a la Premier League por ser una de las pocas ligas en las que a un entrenador se le otorga un proyecto y es capaz de llevarlo a cabo. Hemos aplaudido los 26 años de Sir Alex Ferguson al frente del United y no nos hemos quedado cortos para hacerlo con su sucesor en Old Trafford, David Moyes, que deja el Everton tras once temporadas. Por si fuera poco, el nuevo inquilino del banquillo red devil ha firmado un contrato para las próximas seis temporadas, algo que por estos lares no sólo escasea sino que suena a utopía que suceda. Sin embargo, hay proyectos que por mucho que confíes en ellos tienen fecha de caducidad. Son los que últimamente comandan los nuevos reyes del fútbol, los que mueven los hilos a través de lo que les proporciona su bolsillo en cuanto a rimbombantes inversiones pero que se quedan cortos, muy cortos, a la hora de plasmarlos sobre el tapete verde. Es por ello que de la misma manera que se halaga la confianza en un entrenador hay que elogiar el cambio de rumbo cuando éste plantea dudas desde su comienzo.
Hace unas horas se ha hecho oficial la destitución de Roberto Mancini, un entrenador cuyo estilo futbolístico, «un elegante perfume de nada», —como brillantemente lo etiquetó Rubén Uría hace unos meses— hacía demasiado tiempo que rezumaba hedor. La gota que colmó el vaso ya rebosante fue la derrota del sábado contra el modesto Wigan de Roberto Martínez en la final de la FA Cup. A Mancini, desde que llegó a finales de 2009 sucediendo en el cargo a Mark Hughes, se le ha dado todo lo habido y por haber. Ha podido elegir los futbolistas que ha querido porque su presidente, Mansour Bin Zayed Al Nahyan, invitaba al buffet libre. En total, casi 500 millones de euros invertidos que con su destitución se confirman como vilipendiados. Todos miramos el calendario el pasado verano cuando firmó una prórroga de su contrato hasta 2017. No, no era 28 de diciembre pero muy pocos fueron los optimistas que pensaban que lo llegaría a cumplir. Aquella decisión sorprendió a propios y extraños menos al propio Mancini, que acababa de ganar una Premier League que hacía 44 años que no daba señales de vida en las vitrinas del Etihad Stadium. Aquel título conseguido en el último suspiro fue su salvación: puso fin a la hegemonía de su vecino y máximo rival y a la vez daba crédito a un proyecto, el montado en torno a él, que más que agujeros mostraba socavones.
El manirroto máximo mandatario del City volvió a satisfacer las necesidades de Mancini en el mercado estival, pero el italiano ni ha sabido sacar rendimiento a una plantilla que vale su peso en oro —tanto por valor económico como futbolístico— ni ha cosechado esta vez un título que salve su desastroso trabajo. No estamos hablando de un club con un presupuesto limitado que apura al máximo sus gastos y que tiene su equipo ‘base’ y un fondo de armario justito. No. Estamos hablando de una plantilla en la que hasta el utilero sería titular en el Barcelona. Por ello, es injustificable que Mancini haya logrado lo que ha logrado en tres temporadas y media: la Premier, una FA Cup y una Community Shield. La Champions ni la ha olido. Y la Europa League, tras ser apeado de la Champions, también le ha venido grande. No hay más oportunidades, se agotó el crédito. Y se acabó el eterno insert coin de su jefe. Hace unos meses llegaron a Manchester dos antiguos dirigentes barcelonistas: Ferran Soriano, que ejerce de director ejecutivo; y Txiki Begiristain, director deportivo que intuía el fracaso de Mancini a leguas. Ambos formaron parte, de alguna manera u otra, de los éxitos recientes del Barcelona y con esa vitola, la de reflotar los ingresos explotando al máximo las posibilidades del City, y la de conseguir éxitos deportivos, fueron fichados. La primera gran decisión —la más evidente— está tomada: largar a Mancini. La segunda —y más complicada—, es encontrarle un sucesor. Si como se rumorea se trata de Manuel Pellegrini habrá que aplaudirla. El chileno sí tiene buen gusto futbolístico y las ideas claras, no como su predecesor. Aunque luego es la pelotita la que se encarga de dar y quitar razones, a éste sí le firmaba ya para seis temporadas. O más.
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