El mundo no se acaba, ya, pero que empieza a ser un poco más insoportable no me lo negará nadie. El fútbol, o esa excusa para ser feliz —que decía Valdano— nos ofrece casi cada día motivos para echar por tierra esa afirmación. Que un tipo como Tito Vilanova tenga que dejar el banquillo del Barcelona por esa maldita enfermedad que azota a tanta gente humaniza este deporte, sí, pero lo hace de forma salvaje, concretamente de esa manera que mejor quisiéramos haber evitado. El partido que afronta Tito ahora no dura 90 minutos, dura más, y quién sabe si habrá prórroga y penaltis. De lo que no cabe duda es que su lucha será insaciable, apartado de los focos, en la sombra pero rodeado de los suyos, con un exceso de cariño abrumador por parte de su gremio y que le debe servir para marcarle otro gol a ese cáncer que insiste en ponerle a prueba todos los días. La suya no es una despedida, más bien un hasta luego, y los que hoy levantamos la palma de la mano en señal de adiós, esperamos ansiosos su retorno, aunque únicamente sea para saber que la táctica ha funcionado, que el rival, pese a ser rocoso, ha vuelto a sucumbir a la estrategia de su libreta, que la fuerza de la vida gana cualquier envite. Cualquier.
Nunca me he creído esa pantomima de que las empresas, o en el caso que nos toca, los clubes —que en muchos casos no dejan de ser empresas— están por encima de las personas. Entre otras cosas, porque de esas personas depende que la empresa en cuestión tenga mayor o menor éxito. Si la cosa va mal, el club está por encima de las personas. Si va bien, la encumbramos hasta que deje de funcionar, que luego, total, la ley no escrita de marras lo arregla todo. La temporada pasada Tito Vilanova tuvo que vivir a caballo entre Nueva York y Barcelona con un tratamiento que no le impidió conquistar un título de Liga. Antes, como segundo entrenador, como mano derecha de Pep Guardiola, su buen hacer habla por sí solo: lo ganó todo formando un tándem que ha hecho historia en Can Barça. Luego asumió la responsabilidad de comandar un barco, o más bien un yate, que se topó con una recaída inesperada. Se levantó, o eso creíamos, y afrontaba la nueva temporada con los ánimos renovados, convencido de que el proyecto deportivo y el personal iban de la mano. La noticia, esa jodida mala noticia, ha dejado helado al mundo de este deporte en el que hay muchísima gente, y poquitas personas. Una de ellas, sin duda, se llama Tito Vilanova. Con la misma certeza, estamos seguros, que ganará. Probablemente es lo que mejor se le ha dado a lo largo de los últimos años. Ánimo Tito, que hoy la persona está por encima de cualquier club. Hoy, y siempre.
Foto | Miguel Ruiz [http://www.fcbarcelona.cat]