Si el Celta de Vigo se salvó del descenso hace unos meses fue, además de porque la Diosa Fortuna se alió con él en la última jornada, por el morrocotudo trabajo en defensa de Jeison Murillo, que había aterrizado en Balaídos en el mercado de invierno y que rápidamente se convirtió en el líder de una retaguardia que hacía aguas por los cuatro costados. Fue la redención del central colombiano, que encadenaba una serie de sinsabores tras su paso por Valencia, Barcelona y Sampdoria.

A lo que aspira cualquier jugador es a encontrar su sitio y Murillo parece haberlo encontrado, a sus 28 años, a las órdenes de Óscar García. Promesa del fútbol cafetero, fue el Granada el que se lo trajo a España allá por 2011. Tras una serie de cesiones a Cádiz (Segunda B) y Las Palmas (Segunda), confirmó sus buenas maneras en el cuadro nazarí, asentándose y llamando la atención de la Serie A. En 2015, la exigencia táctica del fútbol italiano llamó a sus puertas y se convirtió en indiscutible para un Inter que, bajo la manija de Roberto Mancini, terminó cuarto. El siguiente curso fue más convulso: la apuesta interista por Frank de Boer duró un suspiro y por el banquillo neroazzurri desfilaron también Stefano Vecchi y Stefano Pioli, terminando el curso en séptima posición. Pese a todo, el colombiano disputó 27 partidos.

El Valencia llamó a su puerta en 2017 y con Marcelino fue de más a menos: un inicio esperanzador lo truncó una hernia en la ingle que le mantuvo tres meses entre algodones y que, la campaña siguiente, tras enfrentarse al técnico, le condenó al ostracismo… hasta que apareció el Barcelona. Su cesión en Can Barça tampoco fue muy fructífera. «Quiero demostrar por qué he sido el elegido», dijo nada más llegar. Pero apenas tuvo opciones en la plantilla dirigida por Ernesto Valverde, que buscaba central tras las lesiones de Umtiti y Vermaelen.

Abandonó LaLiga y regresó a Italia. Con la Sampdoria comenzó siendo fijo, pero terminó abonándose al banquillo. Hasta que un Celta que necesitaba como agua de mayo alguien con su jerarquía, experiencia y necesidad de reivindicarse llamó a su puerta y logró su cesión el invierno de 2020. Fue entonces cuando le cambió la cara a Murillo y al Celta, que pasó a ganar solidez en defensa, a encajar menos goles y ver la permanencia más cerca. Un debut en el que dejó claras sus virtudes y lo mucho que podría aportar a un eje de la zaga en la que el binomio formado por Araújo y Aidoo únicamente ofrecía garantías a los atacantes contrarios.

Con el internacional liderando la retaguardia celeste, el Celta consiguió in extremis la salvación. Finalizada su cesión y de regreso a la ‘Samp’, su regreso a tierras gallegas se había convertido en una prioridad para su técnico, condenado nuevamente a apostar por una pareja de centrales con escaso entendimiento que la temporada pasada le llevó por el camino de la amargura. Así, un nuevo préstamo ―esta vez con opción a compra― cristalizó y Murillo, de nuevo, pudo enfundarse la zamarra que le ha devuelto su mejor versión y que, tras un entrenamiento, lució hasta el extenuación en su estreno en la segunda jornada, en la que tuvo que ser sustituido a los 80 minutos. El triunfo ante el que fuera su exequipo, el Valencia, y con el que además se le había relacionado durante el verano, se cimentó sobre la solvencia ejecutada atrás por Murillo y los goles ―golazos― de Iago Aspas. ¿Quién dijo que segundas partes nunca fueron buenas?

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Fernando Castellanos

Periodismo deportivo. En NdF desde 2006. Hacer todo lo que puedas es lo mínimo que puedes hacer. [ Twitter]