Me es difícil identificarme con los grandes cracks. Me refiero a Leo Messi y Cristiano Ronaldo, si tomamos como referencia el fútbol actual. Son tan buenos, lo hacen todo tan bien, que disfruto con ellos como el que más, los admiro, pero no se ganan mi cariño como otros lo consiguen. Son tan superiores que parecen lejanos, como si vinieran de otro planeta. Se dice que se acaba amando a alguien por sus defectos, entonces… ¿cómo vamos a quererles si su fútbol roza la perfección?
Por eso, cuando me preguntan quién es mi futbolista preferido, nunca respondo que Cristiano o Messi. Del mismo modo que no lo hice con Zidane y Maradona, ni seguramente lo haré con Neymar y Bale. Solo Ronaldo Nazario fue capaz de romper esta regla, como buena excepción para confirmarla. Comprenderéis que Il Fenomeno era un caso aparte.
Nunca me entristeció tanto la retirada de un futbolista como lo hizo en su día la de Ronaldo. El decir adiós a un talento en bruto al que seguramente nadie podrá asemejarse nunca. Despedirse de alguien que ha marcado tu pasión por el fútbol mientras crecías. Ser consciente con su marcha del paso del tiempo, de la presencia de un fútbol cada vez menos puro.
Sé que no falta mucho para volver a experimentar esa sensación. Llegará el día en que Didier Drogba decida colgar las botas. Entonces tendré que decirle adiós a mi gran ídolo futbolístico de los últimos diez años. Tendré que agradecerle tantos momentos de emoción y épica. Recordaré su carrera y me volveré a emocionar con ese cabezazo de la final de Múnich 2012, con el que obligó al fútbol a impartir justicia.
Pero mientras llega ese agridulce día, me regocijo disfrutando de sus últimas dosis de genialidad. Porque sus 35 años se notan en su inteligencia y experiencia, pero su ímpetu recuerda al de un veinteañero. Hace un momento ha vuelto a colocar a un equipo mediocre como el Galatasaray en los octavos de final de la Liga de Campeones. Lo ha hecho dejando en la cuneta a toda una Juventus, convirtiendo un melón en un caramelo para que Sneijder desequilibrara el partido sobre un escenario épico.
Y me impaciento al pensar que volveré a disfrutar de él, al menos, en otras dos noches mágicas de Champions. Mientras los centrales rivales tienen pesadillas ante la posibilidad de que El Elefante les vuelva a dar una lección magistral de posicionamiento, batallas en el cuerpo a cuerpo y juego de espaldas.
Sus mejores noches ya han quedado atrás. Su físico le limita, pero su calidad define partidos. Con 35 años sus defectos se evidencian de forma más notoria, y eso provoca que mi cariño por él aumente. Brasil 2014 está a la vuelta de la esquina, y Drogba tiene esa cita marcada en el calendario. Su último gran baile. El homenaje a una carrera idílica a la sombra de los grandes cracks. Didier Drogba, mi futbolista preferido.