La celebración de Amavisca

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Ni siquiera recuerdo por qué era tan importante aquel partido, pero las gradas estaban a rebosar. Al menos, todo lo que se puede decir de la pista del colegio. Posiblemente entre las clases de matemáticas y ciencias naturales, quién sabe, le tocaba jugar a mi equipo en el recreo, y la tensión del encuentro se palpaba en el ambiente. No fue un gran gol: si entonces hubiese existido YouTube no creo que nadie lo hubiese subido. El partido estaba en su punto álgido y la victoria era necesaria, un gol podría cambiarlo todo y, si no recuerdo mal, cacé un balón suelto en el área y aprovechando mi instinto goleador (?) envié el esférico entre los tres palos con un disparo ante el que nada pudo hacer el portero. La emoción estalló en mí, en ese momento no habría Balón de Oro ni Champions que pudiese reemplazar aquella alegría y salí corriendo nada más ver cómo el balón pasaba la línea para inmediatamente después, ante la sorpresa de todos, hincar la rodilla en el suelo y señalar con el dedo hacia el cielo: sí, estaba celebrando el gol a lo Amavisca.

Malos tiempos fueron para el Madrid los principios de los Noventa: el Dream Team, la cuesta abajo de la Quinta del Buitre, la maldición de Tenerife, la irrupción del Superdépor y una cuestionable política de fichajes se tradujeron en un largo periodo de sequía en el que tan sólo cayó la Copa del Rey de 1993. Era necesario un golpe de timón y Ramón Mendoza decidió traerse del archipiélago canario dos piezas clave de aquel campo maldito en que se convirtió el Heliodoro Rodríguez López. El bautizado como “Nuevo Madrid” regeneró la ilusión entre la afición con la llegada para el banquillo de un antiguo estandarte del club como era Jorge Valdano y su propuesta de fútbol de tango con el que neutralizar el vértigo holandés en Can Barça.

Con Valdano llegaron al Bernabéu fichajes de postín como Fernando Redondo, al que se trajo de Tenerife y que era exponente del fútbol que quería implantar el entrenador argentino en el equipo, el gran Michael Laudrup, que había tenido sus diferencias con Cruyff, el valorado Quique Sánchez Flores para el lateral diestro y el regreso del canterano Santi Cañizares, el héroe del partido de la selección contra Dinamarca y uno de los guardametas con más futuro del país por aquel entonces. También llegó, sin hacer ruido, un José Emilio Amavisca que había destacado en el Valladolid y que parecía destinado a ser uno de esos fichajes random tipo Canabal.

La reivindicación de Zamorano

Con tanto fichaje de relumbrón, más los que ya estaban, había que hacer descartes y el chileno Iván Zamorano, que venía de una temporada irregular tras un buen primer año en el Bernabéu, estaba entre los candidatos para ser traspasado. Por su parte, Amavisca tenía todos los números para ser incluido en la operación de algún otro fichaje. No obstante, Valdano se los llevó a ambos a la pretemporada y su buen hacer convenció al argentino para darles una oportunidad que ellos no desaprovecharían.

Zamorano comenzó la temporada como titular al lado de Alfonso en punta, y fueron veinte minutos los que tardó el delantero de la cantera en padecer el que fue su lastre en el primer equipo: las lesiones. Le dio tiempo a marcar, eso sí, el tercero de su equipo, pues a los quince minutos ya iba ganando el Madrid 0-3 en Sevilla. Zamorano marcó los dos primeros en la que fue su casa y, con dos goles al Logroñés en la siguiente jornada, confirmaba que la decisión de Valdano de contar con él no estaba en absoluto equivocada.

Dubovsky sería el sustituto de Alfonso en los siguientes partidos, pero no convenció el rendimiento del eslovaco. Por su parte, Amavisca iba entrando poco a poco en el equipo, a veces en la banda y otras acompañando a Zamorano, a quien Valdano seguía buscando acompañante probando con Butragueño o Luis Enrique, que definía la polivalencia como pocos.

El XI de aquel Real Madrid no iba a ser el que parecía: la Quinta del Buitre permanecía en la plantilla pero estaba en decadencia, y tan sólo Sanchís tenía un papel trascendental en el equipo en lugar de Alkorta, al que curiosamente prefería Clemente para la selección a pesar de ser suplente en su club. El seleccionador también prefería a Cañizares por delante de Buyo a pesar de que el veterano guardameta le ganó la carrera por la portería madridista al emergente cancerbero que llegaba del Celta. Redondo tuvo problemas con las lesiones y tuvo que esperar para convertirse en la pieza vital que llegaría a ser, pero Milla consiguió amenizar la espera. Y fueron dos jugadores que en verano parecían desahuciados el mejor argumento para el buen año del equipo: Amavisca y Zamorano formaron una sociedad ilimitada (como los definió el propio Valdano) contra todo pronóstico. El laredano la ponía y el chileno la remataba de cabeza, esa era la jugada predilecta de dos jugadores que se entendían a la perfección.

Y apareció Raúl

Poco después llegó un canterano llamado a hacer historia, que en su debut ante el Zaragoza hizo de todo menos marcar gol, eso lo dejaría para más adelante: marcaría unos cuantos. Raúl se convirtió en ese delantero que Valdano buscaba para acompañar a Bam Bam, pero no por ello Amavisca perdió su sitio, ya que fue titular en todas las jornadas acomodado ya en el centro del campo, principalmente ocupando la banda izquierda en detrimento de Martín Vázquez.

La obra maestra de aquel equipo llegó en la decimosexta jornada con la visita de un Barcelona en apuros, tomando cumplida venganza de aquel 5-0 en el Camp Nou con hat-trick de Romario, cola de vaca incluida de la que Alkorta no se habrá olvidado. Curioso es el fútbol, que quiso que fuese esta vez el Madrid el que ganase 5-0 en el Bernabéu con tres goles de Zamorano. Luis Enrique, hoy técnico culé, marcó el cuarto y Amavisca se reservó el quinto y definitivo.

El Real Madrid alzó finalmente el título de liga y Zamorano concluyó aquella temporada, la mejor de su carrera, con 28 tantos que le valieron el Trofeo Pichichi, mientras que Amavisca marcó diez goles amén de unas cuantas asistencias. Cada uno de aquellos tantos se lo dedicó a un amigo que había fallecido en un accidente, y por ello señalaba al cielo cada vez que marcaba. Aquella celebración se hizo muy popular en nuestro fútbol: parecía que en aquel Madrid las figuras indiscutibles serían Laudrup (que hizo una extraordinaria temporada) o Fernando Redondo, y sin embargo, los chavales imitábamos a Amavisca cada vez que marcábamos un gol en las porterías del colegio.

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Gabriel Caballero

Periodista
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