Muy desesperado, muy igual te tiene que dar todo, para que en medio de una pandemia mundial, durante un confinamiento, decidas que lo mejor es recorrer 2.800 kilómetros repartidos en 27 horas de coche. Eso es lo que en marzo hizo Pione Sisto (04/02/1995), cuando sin permiso del Celta, se montó en su vehículo particular y viajó desde Vigo hasta Dinamarca para regresar a casa, con los suyos, en un ambiente más próximo: sin importarle las consecuencias. Un trayecto que no realizó solo, sino con su hermana, que cuando comenzó la crisis, se trasladó hasta tierras gallegas para que el futbolista tuviera compañía. Así, advirtiendo el panorama, el sudsudanés no lo dudó e inició una aventura de la que avisó a su club una vez en su hogar.

Fue el enésimo acto de indisciplina de Sisto en los últimos tiempos, cuyo castigo, a su regreso a España, fue una multa de 60.000 euros. Teniendo en cuenta que su nómina anual rondaba el millón de euros ―de las más altas de la plantilla celeste―, es como si a un mileurista de a pie le multan con 60 euros por no cumplir con las normas de su empresa. Seguramente al jugador, ausente futbolísticamente las dos últimas temporadas, le iba la vida en ese arriesgado viaje. Pagó las consecuencias, aunque fuera de forma simbólica, para después pasarse lo que quedaba de curso sin contar para el entrenador, Óscar García.

Pione para entonces ya estaba de vuelta de todo. Y, aunque las cosas siempre se pueden hacer mejor, para entender lo que por las calles y avenidas de su cabeza habrá pasado en los últimos tiempos, hay que remontarse al 2018. Ese año, año de Mundial, la presión de las críticas le pudo. No lo disfrutó, únicamente pensaba en abandonar Rusia y regresar a casa. Como cuando llegó el estado de alarma: «No podía soportar que me criticaran cuando no me fue tan bien en los partidos previos al Mundial y durante el torneo. No podía olvidarlo porque luchaba también contra mí mismo y mi cuerpo. Toda la confianza que gané contra Panamá [marcó un gol] la perdí en tres partidos», declaró en una entrevista publicada en mayo en el periódico danés Politiken.

Fue precisamente a raíz de ese acontecimiento cuando Pione dejó de ser ese agitador, ese futbolista que tanto prometía, ese talento que desequilibraba a las defensas, que metía goles, que era importante y por el que comenzaban a suspirar clubes de renombre. Llegó a Balaídos en 2016, tras destacar en el Midtjylland y previo pago de 6 millones de euros. Se marcha, cuatro años más tarde, al mismo equipo en el que comenzó a despuntar, por algo menos de la mitad.

Devaluado en lo futbolístico, transformado en lo mental, el extremo nacido en Sudán del Sur, reconoció que durante último Mundial «todo en conjunto me provocó una depresión, estaba hecho una mierda». Y aunque quiso ponerle remedio, tratando de ser inasequible a las críticas, cambiando sus hábitos alimenticios y trabajando en la autoconfianza para esquivar los monstruos de su interior, lo cierto es que deportivamente, no se han apreciado las mejoras.

Pione, víctima de capítulos racistas en su infancia y vulnerable a las opiniones vertidas en ese ―muchas veces― estercolero mal llamado redes sociales, en el que cualquiera paga sus frustraciones a golpe de ataque, regresa al Midtjylland con la maleta cargada de nostalgia y, seguramente, con ganas de ser protagonista de grandes crónicas, como las que no hace tanto interpretaba por estos lares. El Celta se quita un ‘problema’ con su traspaso y Sisto, esta vez, puede volver a casa, con su familia, sin billete de vuelta.

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Foto | politiken.dk

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Fernando Castellanos

Periodismo deportivo. En NdF desde 2006. Hacer todo lo que puedas es lo mínimo que puedes hacer. [ Twitter]