Puede que el gol de Maradona a Inglaterra en los cuartos de final del Mundial de 1986 sea el más célebre de todos los tiempos: por la calidad del mismo y por la magnitud del escenario. El ‘10’ recogió el balón en el centro del campo y fue evitando rivales como quien sortea a la gente por la calle cuando va con prisa. Lógicamente hubo quien, antes de la obra de arte, le dio el balón al igual que le dan el pincel al artista. Cuando preguntan por aquello al ‘Negro’ Henrique, aguerrido centrocampista de River, no duda en afirmar: “con el pase que le di a Maradona, si no hacía gol era para matarlo”. Ayer, en la final de Copa ante el Athletic, Dani Alves recibió el balón en la medular procedente de un Messi que se encontraba pegado a la banda derecha obstaculizado por Balenziaga. El lateral brasileño, con ese estilo suyo tan particular de moverse sobre el césped y con un ¿peinado? que incendió las redes, no encontró mejor opción que devolverle el balón al argentino, y fue la mejor decisión de la noche. A 47 metros de la portería, Messi fue driblando rivales hasta llegar a la portería para batir al portero. Lo hizo otra vez, y Alves podrá decir algún día: “ya podía, con el pase que le di”.
Esta semana se respiraba la final de Copa por las calles de Bilbao: el rojiblanco predominaba y la gente lucía orgullosa su camiseta del Athletic de todos los estilos pero con el mismo escudo en común. Hasta hace nada era el Rey de Copas, y había ilusión por recuperar el trono. Imagino a Valverde durante la semana preocupado, con la mirada perdida y clavada en algún punto cualquiera de Lezama tramando alguna táctica con la que frenar al Barcelona, imaginando en su cabeza mil y una estrategias en una etérea pizarra llena de trazos y equis, hasta que, cansado de no dar con una solución imposible, agarra a Balenziaga por el brazo y le dice: “Mikel, tú sigue a Messi por todo el campo y no le dejes ni darse la vuelta”. Un plan razonable y un brete para el zaguero, que acepta resignado el encargo.
Los futbolistas del Athletic se habrán imaginado un escenario mil veces visto: el del favorito que cae ante el que no lo era, maracanazos, centenariazos y demás gestas de la historia del fútbol. Quizá podrían aprovechar que el Barça tenía también la mirada puesta en el horizonte, donde les espera la Juventus en la final de Champions. Algún futbolista azulgrana habló durante la semana de que lógicamente no son competiciones comparables. En cambio, para el Athletic esta final de Copa era el final del camino, la consecución del éxito. Y en esas saltó el equipo rojiblanco al Camp Nou y lo hizo con ímpetu, bien plantado y con ganas de dar la sorpresa. Pero llegó el minuto 19, y Alves le dio el balón a Messi…
Cuando ves una jugada así en el momento crees difícil que termine con el balón en la portería: piensas que será un nuevo intento fallido y poco te imaginas que estás a punto de ver uno de esos goles que quedan guardados en la retina. Esos segundos en los que Messi dribla rivales uno tras otro con suma facilidad sin saber aún el desenlace de la jugada son únicos. Es en ese momento cuando se acaban las estrategias, las previas y los análisis. A partir de ahí, el partido cayó de maduro hacia el lado blaugrana. Después del gol de Messi me acordé de Cristiano Ronaldo, intratable goleador: qué clase de monstruo tiene que ser para haberle arrebatado los dos últimos Balones de Oro a este tipo, pero lo del argentino no lo hemos visto antes, y vete a saber si lo volveremos a ver.