La Copa al final del túnel

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El partido tenía trampa, debieron pensar los madridistas, pero no se tomaron muy en serio la advertencia. Catorce años son demasiados sin perder contra el vecino, y no van a hacerlo hoy, en nuestra casa, en la final de Copa. Sería mucha casualidad. Quizá olvidaron que al fútbol le encantan estos giros de guión inesperados. Poco advirtió el Madrid que el Atlético no llevaba hoy el uniforme de Pupas, o si le llevaba le dejó desembarazarse de él. Ahora mismo, mientras el aficionado rojiblanco celebra junto a Neptuno la victoria, difícilmente se acuerde de tanto sinsabor liguero, y sin lo hace será con pícara sonrisa. La luz al final del túnel era el brillo de la Copa del Rey: han esperado hasta el mejor día para acabar con la maldición y ganar, en la prórroga por 1-2, un título que consolida el proyecto de Simeone y supone el que quizá pueda ser un final amargo para el camino de Mourinho en el Bernabéu.

Y eso que el derbi comenzó como suele, sin buen espectáculo, con más tensión que estética, y con el Madrid llevando la iniciativa, al menos de forma más meridiana. Fruto de ello llegó, el minuto catorce, el primer gol del partido tras un córner lanzado por Özil que cabeceó Cristiano a la red, sin que Godín pudiese impedirlo a pesar de sus esfuerzos en entorpecerlo. El segundo tanto de cabeza que el luso marca en una final de Copa. Parecía otro derbi más, pero éste sería diferente aunque el Madrid no quisiese creerlo: pensó que la inercia ganaría una vez más y dejó que el Atlético se repusiese del golpe en lugar de tumbarlo a la lona. Ese Atlético de coraje, de fe, de creer en sus posibilidades, y aunque lo parezca no estoy hablando del Simeone futbolista.

Con el sistema de cuatro por el medio, laterales largos y Falcao y Costa arriba para morder, el Atlético esperó el error blanco para buscar su oportunidad, y ésta llegó cuando Falcao peleó un balón a un indolente Albiol en el centro del campo para asistir a Diego Costa y batir éste a Diego López de disparo cruzado. El guardameta llegó a tocar el balón, pero no tuvo la mano firme. Era el minuto 34 y el Madrid se dio cuenta de que no estaba siendo un derbi más. Había que reaccionar y lo hizo para parecerse al del primer cuarto de hora. La consecuencia fue un duro disparo de Özil, un tanto perdido hoy el alemán, que encontró el palo izquierdo del meta rojiblanco. Con Özil y Xabi Alonso sin encontrar su mejor versión, era un buen Modric quien llevaba la manija merengue.

Tras el descanso, el Madrid no distó del que se había dado cuenta de que no podía bajar los brazos, sin embargo, algo en el Atlético había cambiado respecto a anteriores derbis: creía que podía ganar este partido, y encontró en Gabi y Arda sus mejores motivos. No obstante, parar al eterno rival es tarea complicada y bien lo supo cuando, en una doble ocasión, Benzema lanzó al palo y Özil, con maestría, no se apresuró al disparo sino a la maniobra para asegurarse un hueco, y sólo Juanfran bajo palos evitó el segundo de los de Mourinho. Poco después llegó el tercer palo, cuando Cristiano lanzó una falta no sin antes esperar con picardía a que la barrera saltase para disparar raso, pero la base del poste no estaba por la labor.

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También el Atlético tuvo sus acercamientos, bien lo sabía Futre desde la cabina de retransmisión, pero no tan claros como los de su rival. Quien perdió definitivamente los papeles fue Mourinho tras la enésima protesta arbitral que desembocó en su expulsión. No vio de esta manera el final de un partido en el que el Madrid no empujó hacia la meta rival cuanto debía y el Atlético resistía ante la posibilidad de romper el maleficio del derbi.

Llegó entonces la prórroga, y al Atlético le sentó mejor que a un Madrid que introdujo tres cambios de golpe: Arbeloa, Higuaín y Di María por Coentrao, Modric y Benzema. Paradójicamente, fueron los rojiblancos quienes mejor soportaron el esfuerzo y ello se tradujo en ocasiones: una de Diego Costa que evitó Diego López en dos ocasiones y la de un gol que ya forma parte de la historia atlética: lo firmó Miranda en un cabezazo testigo de una mala salida del arquero madridista. En el otro área, la capa de héroe rojiblanco pasó del central brasileño a Courtois, quien salvó a su equipo de un disparo de Higuaín como quien baja un gato del tejado. Lo cierto es que el Madrid jugó prácticamente todo el partido sin un 9 acertado, algo que le aqueja buena parte de la temporada.

En el segundo tiempo de la prórroga el fútbol se marchó por el túnel de vestuarios, aunque Courtois aún llevaba la capa cuando hizo una segunda gran intervención ante Özil. El resto, reyerta. El partido tomó la dirección de la trifulca y desembocó en la expulsión de Cristiano tras una desafortunada patada a Gabi, que también fue expulsado poco después. El portugués, que había llevado el peligro de su equipo una vez más y había vuelto a aparecer a pesar de no estar en su mejor forma, ensombreció su actuación presa de los nervios. Los banquillos entraron entonces en guerra, Courtois fue alcanzado por un objeto desde la grada y el partido palideció a favor del resultado colchonero, que volvió a levantar un título tras una nueva final ganada por los de Simeone.

Ahora se habla de justicia, de merecimientos y de banquillos. Simeone elevado a los cielos y Mourinho descendido a los infiernos. Ganó el Atlético justamente porque marcó un gol más, porque aguantó mejor en el momento decisivo y porque su rival no fue claramente superior cuando pudo serlo, pero el Madrid también se pudo llevar este partido si hubiese tenido un poco más de puntería. Apenas unos centímetros separaron la victoria de un Mourinho al que siempre esperan en la derrota. Por su parte, Simeone agranda su leyenda en el club, sacando lo mejor de su plantilla, haciendo de ellos auténticos animales competitivos, y ni siquiera tuvo que necesitar esta vez de la mejor versión de Falcao. Un título más que merecido y la mejor ofrenda a Neptuno.

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Gabriel Caballero

Periodista
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