La eliminación en Champions ha dejado aturdido al Barça, de eso no hay duda alguna. La derrota en la final de la Copa del Rey ante el Real Madrid, ha sido otra bofetada con la mano abierta que o bien les despierta, o bien les deja definitivamente tumbados en la lona. Si por Mestalla pasaba el último tren para reengancharse a la Liga con una inyección de motivación extra para el último tramo del curso, el Barça parece que ni siquiera se ha acercado a la estación para adquirir pasajes. Con un pasado glorioso, el presente culé es desolador y el futuro, incierto.
Hace mucho tiempo que este Barça es altamente previsible. Pero pese a su previsibilidad el equipo seguía funcionando gracias a los destellos de un tal Leo Messi, desaparecido en combate en los últimos encuentros trascendentales. No han sido los únicos: durante la temporada, el argentino ha tenido altos y bajos, ha asumido el papel de protagonista, y el de un auténtico fantasma. Sólo él y pocos más saben los verdaderos motivos de su irregular participación, pero la teoría que más inquieta a la parroquia culé es aquella que defiende que se está reservando para el Mundial. En Brasil se resolverá la duda, y si Leo emerge de sus cenizas y completa un torneo de escándalo, dudo que sea algo de lo que se vanaglorien en el entorno azulgrana.
Pero la escasa participación de la estrella de Rosario no es la única razón por la que éste Barça está irreconocible. Decía Aristóteles que para provocar la catarsis (miedo y compasión), una de las cosas necesarias era desmitificar el mito. Y los rivales de los azulgrana han conseguido descifrar el modo de hacer terrenal lo divino, localizando el talón de Aquiles y centrando en éste todo su potencial. El Barça ha perdido velocidad, ritmo y frescura; ya no es ese equipo profundo que presionaba arriba hasta desquiciar al rival, que cubría todas las zonas del campo, que atacaba apurando hasta la línea de fondo, que replegaba en defensa como si en lugar de jugar 11, fueran 20. Y ésta lectura, la han entendido a la perfección equipos rocosos y fuertes físicamente como el Real Madrid o el Atlético, que se agarran más a sus pulmones que al balón para conseguir los, por el momento, excelentes resultados.
Como bien apunta el compañero Fernando Castellanos en la crónica de la final copera, en el Barça no existe un Plan B. Llamarle relajación, falta de apetito ganador, error de planificación o sencillamente el archi-utilizado ‘fin de ciclo’ para intentar descifrar el síntoma culé. Quizás es, más bien, un cóctel de varios factores que han provocado que una de las mejores plantillas de Europa, si no la mejor, haya caído en un bucle de desconfianza y auto-destrucción que ha tenido su punto álgido en la última semana con la eliminación de Champions, el semi-adiós a la Liga y la pérdida del primer título de la temporada.
¿Qué hacer ahora? En el Barça es momento para una reflexión profunda. Sus rivales ya no le temen y se generaliza la sensación de que a este equipo es capaz de ganarle cualquiera. Madrid y Atlético, entre otros, han sacado a relucir las carencias de un equipo que ya ha dejado de codearse con el Olimpo de los Dioses.