El Real Madrid se volvió a imponer al FC Barcelona por 2-1 en un partido que, a pesar de partir de circunstancias muy diferentes al clásico de hace cuatro días, tuvo muchos puntos en común con este. Como era de esperar, la intensidad fue notablemente inferior al duelo de Copa. Al juego del Barça le condicionaba saber que empezaban el encuentro con una holgada ventaja de 16 puntos. Al Madrid, más que dicha ventaja, le condicionaba la cita de Old Trafford del próximo martes. El partido de la temporada para los de José Mourinho.
Por ello, las premisas tácticas y actitudes de cada bando fueron idénticas al del pasado martes, pero con la intensidad muy rebajada. Mourinho dio descanso a varios titulares, pero cada nueva cara tenía el mismo papel que el futbolista al que sustituía. Essien, como sustituto de Arbeloa, no tenía problemas en perseguir a Villa aunque este le arrastrase al interior del campo. En esos momentos de carril libre para Jordi Alba, aparecía Callejón emulando a Di María para tapar cualquier agujero.
En el centro, Pepe cumplía con sus labores defensivas, entorpedeciendo cualquier intento de jugada blaugrana por la zona, impidiendo que Messi se pudiera girar. Idea muy clara: frenar al rival, robarle el balón, y soltarlo rápidamente —con él en los pies, sus limitaciones se evidenciaban—. Para ello, tenía a su lado a Luka Modric, que sin hacer un partido brillante, cumplió con su cometido en cada acción.
Y es que José Mourinho, a base de pruebas, errores, y repeticiones, tiene estudiado perfectamente a su rival y sabe cómo frenarlo. El Barça es consciente de ello, y por consecuencia ha perdido seguridad en sí mismo. La fidelidad a su juego de toque es inalterable, pero la eficacia de este ha perdido enteros. La posesión es más estéril que nunca, muy lejos del área madridista. El ritmo de circulación es tan lento que el Madrid defiende cómodo, sin desordenarse ni desgastarse. Sólo espera la recuperación para contragolpear, y eso le da pánico al Barça. Por eso no arriesgan con el balón. Se sienten débiles en defensa frente a la velocidad e ímpetu madridista, por lo que intentaban dormir el encuentro al máximo. El mejor ejemplo fueron los minutos finales de la primera parte, en la que el propio Santiago Bernabéu mostró su descontento a los jugadores por su aparente pacto de no agresión.
Esa debilidad defensiva de la que hablamos quedó reflejada rápidamente, cuando a los cinco minutos Morata —buena actuación del canterano— puso un centro perfecto que Benzema remató a placer ante la pasividad de Mascherano. Un Madrid de suplentes y sin ánimos de hacer sangre tenía contra las cuerdas al Barça. Afortunadamente para los de Roura, Messi se aprovechó del único despiste de la pareja de centrales madridistas para aprovechar un pase al espacio de Alves y definir con la zurda. El gol sólo da muestras de que, un crack de la talla de Messi, hasta en sus peores días te la puede jugar. Sin embargo, el argentino volvió a firmar una actuación apática, muy lejos de su mejor nivel.
Ese pacto de no agresión del que hablábamos se rompió cuando entró al terreno de juego Cristiano Ronaldo. Ante la ovación del Bernabéu, la simple presencia del portugués lanzaba un mensaje tanto a rivales como compañeros: vamos a por el partido. Porque la simple presencia de Cristiano, que está probablemente en el momento más dulce de su carrera, motiva a sus compañeros para irse a por la victoria. Una victoria que rubricó Sergio Ramos en el tramo final del encuentro con un testarazo impecable tras saque de esquina ejecutado por Modric. Remate inapelable, como el de Varane en Copa. El poderío físico del conjunto blanco es muy superior al blaugrana, y en las jugadas a balón parado se pone de manifiesto.
A pesar de que Pérez Lasa pasó bastante desapercibido durante todo el encuentro, el choque terminó con polémica por un posible penalti de Sergio Ramos sobre Adriano. Aunque se trataría de un error clave para el resultado, mal haría el Barça si intentara poner vendas a la derrota escudándose en el colegiado. La situación, a diez días de jugarse el todo por el todo en la Champions, es muy preocupante. La autocrítica es imprescindible. Tito y Roura deben buscar algún golpe de efecto. El equipo está deprimido y nervioso por la situación. La tangana final con Víctor Valdés siendo expulsado por sus recriminaciones al árbitro, es un claro ejemplo de ello. De dejarse llevar por la tensión interior con la que el vestuario blaugrana lleva viviendo dos semanas, desde la derrota de Milán.
El Real Madrid, por su parte, cumple con nota sus dos duelos ante el FC Barcelona, pero no debe dejarse llevar por la euforia. La Liga sigue prácticamente imposible a 13 puntos del líder, y en la Copa sólo se es finalista. Todo lo que hoy es blanco se convertiría en un negro dramático si no se logra la clasificación en Old Trafford.