Pau Donés, Juan Carlos Unzué, la ELA, la vida y la muerte

El sábado pasado fui al cine a ver ‘Eso que tú me das’, el documental barra charla en la que el protagonista es Pau Donés, que conversó con Jordi Évole quince días antes de morir. Lo que más me impactó fue ver el rostro del líder de Jarabe de Palo, una imagen que muestra el deterioro físico al que se somete el cuerpo cuando padece cáncer, así como el efecto de un agresivo tratamiento de quimioterapia que no siempre es efectivo. Su quebrantada voz también da buena fe de ello.

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Sin embargo, lo que diferencia la charla de Pau con Évole es que el cantante sabía, a todas luces, que le quedaban dos telediarios. Que era consciente de ello: de que la vida se le iba. Que, efectivamente, tenía los días contados. No sabía cuántos, pero sabía que más pronto que tarde. Y eso, de alguna manera, es una ventaja. Porque aquí hablamos como si fuéramos para siempre, como si la muerte fuera ajena a nosotros. Como si mañana no nos pudiera arrollar un coche y despedirnos de todo esto. Pero sin previo aviso.

Pau desconocía que le quedaban por delante dos semanas de vida: tenía la íntima esperanza de vivir un poco más. Pero sus últimos días, tal y como relataba en ‘Eso que tú me das’ los dedicó a todo aquello que le generaba paz, que le daba felicidad. Pese al inevitable desenlace que se le avecinaba.

Vida y muerte simultáneas, no consecutivas

Hace muchos escuché en ‘Lugares comunes’, película de Adolfo Aristarain, una frase que, sin duda, marcó mi manera de lidiar con aquello que hasta la fecha esquivaba, con ese tema del que prácticamente no se puede hablar porque el miedo nos inunda. Porque preferimos pensar que, quizá, somos inmortales. La relataba Fernando Robles, papel interpretado por el maestro Federico Luppi:

«El despertar de la lucidez puede no suceder nunca, pero cuando llega, si llega, no hay modo de evitarlo, y cuando llega se queda para siempre. Cuando se percibe el absurdo, el sinsentido de la vida, se percibe también que no hay metas y que no hay progreso. Se entiende aunque no se lo quiera aceptar que la vida nace con la muerte adosada, que la vida y la muerte no son consecutivas sino simultáneas e inseparables. Si uno puede conservar la cordura y cumplir con normas y rutinas en las que no cree es porque la lucidez nos hace ver que la vida es tan banal que no se puede vivir como una tragedia».

La vida y la muerte son simultáneas e inseparables. Y querer obviarlo es una supina estupidez. Quiero pensar que la distancia que tomamos con la muerte es un escudo antidolor, una coraza que se rompe en trizas el día que alguien cercano, alguien a quien queremos, se marcha para siempre. Al menos, físicamente. Creo firmemente que si se hablara con naturalidad de la muerte, en los cementerios se lloraría menos. Porque nacemos decididos a morir. Ya sea de jóvenes, de viejos, de enfermedad o de manera fortuita. Puede pasar: aquí y ahora. Y cuanto antes lo asumamos, más llevadero será todo.

―¿Y qué tiene que ver toda esta turra con el fútbol, Fernando? ―os preguntaréis.

Toda esta chapa, queridos lectores, viene porque he escuchado a Juan Carlos Unzué, que recientemente anunció que padecía esclerosis lateral amiotrófica (ELA), hablar del sufrimiento y de la muerte en una entrevista a ‘El Periódico’. La ELA es una enfermedad en la que, en esencia, la mayoría de quienes la sufren acaban muriendo a los cinco años ―Stephen Hawking o Carlos Matallanas difieren―. Así que una vez diagnosticada, comienza la cuenta atrás. Y la de Unzué acumula ya varios meses.

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Escuchar hablar a Unzué de la ELA, de lo que le espera y de un partido que ―reconoce― «me va a ganar» da gusto. Da gusto porque hay dos maneras de afrontar la vida: desde el amor o desde el miedo. Y el exentrenador elige la primera, cuando ―estoy casi seguro― la mayoría de nosotros la afrontamos desde la segunda opción. Muchas veces, seguro, hasta sin querer. Pero desde ahí.

Quiero imaginar que aquellos que hablan de la «lección de vida» tanto de Unzué ahora o de Pau Donés en su charla con Évole, lo hacen tratando de aplicarla en su día a día, lejos de absurdos lamentos, de vivir en la sigilosa rueda de hámster que hace que la vida se esfume sin que pase nada; de quejarse si el entrecot que le han servido en el restaurante no está al punto, de amargarse si llueve o de si su equipo no juega todo lo vistoso que quisiera.

Porque hay quienes por suerte o por desgracia se pueden hacer una idea de lo que les queda. Puede, incluso, que este sea mi último texto y tú ―y yo― sin saberlo. Pero lo que está más claro que el agua es que todos, tarde o temprano, perderemos el partido. Y de lo que se trata, mientras dure, es de dar(nos) el mayor espectáculo posible en esta cancha llamada vida.

En NdF | Tan joven y de vuelta
Foto de Unzué | El Periódico

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Fernando Castellanos

Periodismo deportivo. En NdF desde 2006. Hacer todo lo que puedas es lo mínimo que puedes hacer. [ Twitter]