El fútbol ha vivido en Sarrià un nuevo capítulo de su propia teoría del caos que lo hace tan imprevisible y, por lo tanto, tan maravilloso. Italia y Brasil se enfrentaban por un puesto en la semifinal, en un choque de estilos opuestos y con necesidades totalmente dispares. Italia había ofrecido una mediocre primera fase del campeonato: ninguna victoria y tres empates con sólo dos goles a favor. La selección italiana era cuestionada desde su seleccionador hasta su delantero. Enzo Bearzot fue duramente criticado cuando confió la suerte del gol a Paolo Rossi, recientemente perdonado por el escándalo de las apuestas en el que se vio involucrado dos años atrás. Llegó al Mundial de España con un gol- robado a un compañero de club- en las estadísticas. Poco bagaje para calmar a una opinión pública contraria, que se volvía aún más impaciente cuando el atacante italiano parecía deambular por el campeonato. Hasta hoy.
Mientras, la selección brasileña no se conformaba con golear en cada partido, sino que además fantaseaba con suceder en la memoria colectiva de su país a las dos grandes generaciones de futbolistas brasileños: la de 1958 y la de 1970 y cuyo nexo de unión es Pelé. Para ello, Tele Santana había reunido a un elenco talentoso de jugadores únicos: Zico, Sócrates, Falcão, Eder, Cerezo, Junior, Leandro, etc. Un repertorio incuestionable que deslumbró en Sevilla en la primera fase a base de jugadas increíbles y goles maravillosos. Ambos conjuntos tan sólo tenían en común que habían destrozado las ilusiones argentinas en los partidos de la segunda fase previos a éste. Gentile desquició a Maradona con un marcaje intenso que el astro de la albiceleste tendrá que gambetear durante toda su carrera. Maradona prolongó su frustración contra Brasil y fue expulsado por una durísima entrada a Batista. La diferencia de goles en los encuentros contra Argentina beneficiaba a Brasil, que sólo necesitaba el empate para disputar las semifinales.
La timidez inicial de Italia ante el intimidante juego al primer toque de Brasil apenas duró cinco minutos. Los que tardó Paolo Rossi en trabajarse un perdón vitalicio. La selección italiana se tomó con calma una posesión larga, de lado a lado, con Conti como referencia. El futbolista de la Roma orientó el juego hacia la izquierda para Cabrini, que centró de manera teledirigida a la cabeza de Rossi. El atacante italiano se anticipó a una estática defensa brasileña y su testarazo fue tan preciso como precioso. Antes del empate, al gigante Serginho se le hizo pequeña la portería y desperdició una ocasión clarísima con un disparo horrible. Pero Brasil igualó poco después con una jugada que lo ha definido durante todo su campeonato: un talento natural y una vocación creativa sin límites. Los brasileños observan la realidad y la transforman en fantasía. Sócrates inició la jugada en su propio terreno de juego. Para los rivales de Brasil, un trote en campo propio de Sócrates genera más miedo y respeto que una avalancha suicida de cualquier otra selección. El doctor avanzó con la pelota con la gallardía que se pueden permitir los superdotados. Le pasó la pelota a Zico que, de espaldas y de tacón, se zafó del bigote de Gentile para devolverle la pelota entre dos rivales a Sócrates, que ya amenazaba a la defensa italiana con unas zancadas que son el ejemplo futbolístico de la teoría de la relatividad. El jugador brasileño terminó lo que comenzó y batió a Zoff porque entendió que el único hueco posible para marcar gol era el que existía entre el guardameta y el palo que cubría, porque jamás esperaría ese remate. La calidad y los gestos técnicos de Sócrates alucinaron al público de Sarrià.
Brasil se convirtió en el dominador absoluto del partido, mientras que Italia se defendía ante los continuos ataques, especialmente por el interior. Pero el fútbol preciosista de los futbolistas de Tele Santana se les volvió en contra cuando Rossi se aprovechó de un error de la defensa rival en la salida del balón en campo propio. El desliz resultó fatal. El delantero italiano fue más rápido y más listo e interceptó un pase horizontal de Cerezo y robó la pelota ante el desconcierto de los brasileños. Rossi afrontó el regalo como una oportunidad y disparó en cuanto sintió el aliento de los rivales en su lucha por desbaratar el disparate. El futbolista de la Juventus remató fuerte desde la frontal del área, algo centrado. Pero Waldir Peres no estuvo acertado y apenas rozó el balón como si sus guantes estuvieran llenos de dedos sin huesos. Tras el gol, Enzo Bearzot se vio obligado a sustituir por lesión a Collovati por Bergomi. Brasil continuó con su asedio, pero ni Sócrates, con un cabezazo potente pero sin precisión, ni Falcão, con un remate que desvió la defensa italiana tras una gran combinación por un pasillo que imaginaron y crearon los genios, pudieron empatar antes del descanso. Por su parte, Italia mostraba una a una todas las cualidades de un estilo propio. La camiseta desgarrada de Zico al final de la primera mitad fue el ejemplo evidente de los trucos italianos.
Tras el descanso, Brasil apenas necesitó dos minutos para demostrarle a Italia el significado del tiempo subjetivo: la segunda mitad le parecería tan larga como la ciudad de Roma, eterna. Falcão desperdició una ocasión muy clara porque cruzó demasiado un disparo dentro del área. Dino Zoff, ya en plena crisis de los cuarenta, exhibió mejor colocación y velocidad mental que muchos jóvenes. Y así se adelantó por arriba y por abajo a los remates de los brasileños. Italia replegó filas y utilizó su manida estrategia de la contra, pero no menos peligrosa, aunque Rossi remató de primeras incomprensiblemente fuera ante Waldir Peres, tras una gran jugada individual de Graziani. Y de la potencial sentencia se pasó al empate de Brasil. Falcão controló la pelota cerca del área y en lugar de atacar la trinchera que fabricó Italia, se benefició de la estática defensa rival. El brasileño miró portería y decidió disparar ante unos futbolistas italianos que prefirieron taponar antes que intentar robar la pelota. Falcão anotó con un potente zurdazo que superó el entramado defensivo de Italia.
La naturaleza ofensiva de Brasil le impidió especular con el resultado, pese a que con el empate ya eran semifinalistas. Tele Santana y sus jugadores no renunciaron a un estilo que ya había provocado el segundo tanto del rival. Y tras un saque de esquina, Italia volvió a dominar el marcador. Rossi desvió sutilmente a pocos metros de la línea de gol un remate forzado de Tardelli, que se transformó en asistencia. El delantero italiano dejó de ser un fantasma y se convirtió en el héroe nacional por accidente con un triplete histórico. Ni siquiera el destino le tenía preparada tal hazaña a Rossi. Pero Enzo Bearzot se empeñó en confiar en un futbolista señalado y modificó el rumbo de la carrera futbolística de su jugador y, por inercia, también de la selección italiana.
Los nervios aparecieron, por primera vez durante todo el Mundial, en los rostros de los futbolistas, del cuerpo técnico y de los aficionados de Brasil. Las prisas convirtieron a las filigranas, que antes resultaban trucos infalibles, en acciones previsibles. La selección brasileña no encontró huecos en los movimientos sincronizados de las líneas italianas. Como si de repente los italianos fuesen inmunes a las fintas, a los regates y a los amagos con una serenidad que ahora intimidaba al conjunto de Tele Santana. Italia defendió como nunca, o como siempre, pero también tuvo la tranquilidad necesaria para tomar la pelota y controlar el ritmo del ocaso del partido, por medio del oficio y la calidad de Conti, Graziani y Antognoni, a quien le anularon un tanto por fuera de juego en una contra que debió ser definitiva. Brasil sólo necesita un gol, que nunca llegó pero que sí rozó. Eder lanzó una falta lateral desde la izquierda con el sello de su precisión. Oscar cabeceó con fuerza, pero Zoff, cuyo pasaporte indica que su edad no se corresponde con sus reflejos y agilidad, atajó el balón abajo, justo sobre la línea de gol. Los brasileños reclamaron el tanto, pero la pelota no entró, y así, el gol fantasma más famoso de la historia continúa siendo el de Geoff Hurst.
Italia se ganó en el terreno de juego un puesto en la semifinal porque logró una victoria épica ante uno de los grandes equipos de la historia gracias a un trabajo colectivo incuestionable y a la inspiración repentina del rehabilitado Paolo Rossi. Brasil reunió a un grupo de futbolistas mágicos pero fueron sus propias ganas de deslumbrar cuando el momento ya no lo requería las que han impedido que el equipo de Tele Santana compita en las rondas finales. El seleccionador brasileño nunca ha renunciado a sus principios: siempre ha sido fiel al juego de ataque. Un fútbol romántico que deja en el aficionado la sensación de lo que pudo ser y ya no será. Éste Brasil del 82 no podrá presumir de campeonato del mundo, como los conjuntos de Didí, Vavá, Zagallo, Garrincha; o Gérson, Rivelino, Jairzinho, Tostão, y Pelé como núcleo de ambas generaciones. Unos poemas futbolísticos que han resultado insuficientes, pero que dejan una huella imborrable, sobre todo cuando las defensas ganan terreno al fútbol vistoso y ofensivo. Y si no, que pregunten en Sevilla dentro de 30 años.
FICHA DEL PARTIDO
Italia: Zoff, Gentile, Collovati (Bergomi), Scirea, Cabrini, Tardelli (Marini), Antognoni, Oriali, Conti, Rossi, Graziani.
Seleccionador: Enzo Bearzot.
Brasil: Waldir Peres, Leandro, Oscar, Luizinho, Junior, Cerezo, Sócrates, Falcão, Zico, Eder, Serginho (Paulo Isidoro).
Seleccionador: Tele Santana.
Goles: 1-0, Rossi; 1-1, Sócrates; 2-1, Rossi; 2-2 Falcão; 3-2 Rossi.
Árbitro: Klein (Israel).