Rodrygo es un futbolista que me tiene desconcertado: a veces creo que es un activo importante de la plantilla del Real Madrid, ya sea en el equipo titular o como revulsivo, y otras pienso que no le vendría mal un año de cesión en un equipo que dispute competiciones europeas. En base a su última semana, con los trascendentales choques ante Chelsea y Sevilla y su actuación en ambos, pensar en una posible salida carece de toda lógica.
Llegó prácticamente a la par que Vinicius, y mientras este se mostró desde el principio como un jugador efervescente, alborotador, siempre dispuesto a asumir el protagonismo y con cosas a mejorar en los últimos metros, en Rodrygo se veían otras características: más técnico, pausado, mejor toque y definición… y cierta tendencia a desaparecer de los partidos. Ambos muy jóvenes, con tiempo para mejorar. Pero este año ha sido un punto de inflexión para Vinicius: aunque a veces siga acelerándose en la toma de decisiones, ha mejorado considerablemente a la hora de marcar o dar el último pase y sus números son una consecuencia: se ha convertido en un jugador esencial para el Madrid y un buen socio para Benzema, que a su vez dejó de ser Scottie Pippen para ser Michael Jordan. Mientras tanto, Rodrygo seguía esperando al otro lado intentando derribar la puerta, dejando cosas aquí y allá pero sin terminar de ser tan decisivo como exige un club como el Madrid, aunque, eso sí, ganándose formar parte del núcleo fuerte de Ancelotti, del que se cayeron jugadores como Hazard, Jovic o Bale.
El pasado martes, las cosas se complicaron mucho para el Madrid en la Liga de Campeones: el Chelsea era una apisonadora y alcanzó el 0-3 con el que daba la vuelta a la eliminatoria ante un Madrid ojiplático y sin respuesta. Ante esta tesitura y con la necesidad de marcar, el técnico italiano recurrió una vez más a Rodrygo, al que dio entrada en el minuto 78. Tan solo dos minutos después aprovechó un extraordinario pase de Modric para definir, al primer toque y con toda la calma del mundo, y marcar el tanto que llevaría el partido a la prórroga, donde Vinicius y Benzema se encargarían una vez más de marcar el gol decisivo. Rodrygo puede a veces parecer un jugador frío, pero esa frialdad la tiene también delante de la portería, donde encuentra acomodo donde otros entran en combustión, donde se detiene el tiempo cuando para muchos se acelera.
Otra vez revulsivo en Sevilla
Otro partido que se complicó, porque es la tesitura en la que el Madrid se encuentra más cómodo, fue el de Sevilla. 2-0 al descanso y tocaba remontar: no por necesidad imperiosa como ante el Chelsea o el PSG, pero sí por descartar una de las fechas más difíciles que quedaban en el calendario, por dar un golpe a la liga y a sus rivales. Camavinga estaba jugando bien: organizando con soltura y abarcando campo en defensa, pero le falta aprender a medir más en esas acciones defensivas que se castigan con tarjeta. Ancelotti no se la quería jugar y lo sacó en el descanso con tarjeta amarilla y una polémica jugada en la que el Sevilla pedía la segunda. Entro en su lugar Rodrygo, con lo que Valverde se unió al centro del campo (donde pareció omnipresente) y el brasileño ocupó la banda derecha. Al poco de entrar volvió a marcar, esta vez con una asistencia de Carvajal y otra vez al primer toque, otra vez ubicando el balón donde el guardameta no podía llegar. Más de 40 minutos después, ya en el tiempo añadido, una asistencia suya permitía a Benzema marcar el tercero y certificar la remontada. Y entre medias, una gran segunda parte en la que contribuyó a inclinar el campo hacia la portería del Sevilla.
Tampoco se le puede pedir esto todas las semanas: solo le falta encontrar cierta regularidad en su juego. Por el momento, ha sido clave en los últimos días para los frentes que tiene abiertos el Madrid.