Parecía un fichaje de relleno más que otra cosa, un típico movimiento del calciomercato en el que los clubes de Italia intercambian jugadores como cuando cambiábamos cromos los domingos por la mañana. Caldara, joven y prometedor central de la siempre prolífica cantera de la Atalanta, no había funcionado en Juventus ni Milan y volvía a su club de origen en el mercado de invierno de 2020. El camino inverso lo hacía Simon Kjaer, veterano curtido en batallas varias que no acababa de asentarse en ninguno de los numerosos clubes europeos en los que había estado. Su Dinamarca natal, Italia, Alemania, Francia, Turquía y España habían tenido en sus ligas al central. A sus 30 años, y tras media temporada en la que apenas había jugado cinco partidos en Bérgamo, la llegada al Milan parecía encaminada a cubrir el cupo de centrales. Nada más lejos.

Kjaer llamó la atención desde sus inicios en el Midtjylland, y fue el Palermo, aquella trituradora de entrenadores que tenía a un joven Cavani como estilete, quien se lo llevó a Italia. Su buen hacer animó al Wolfsburgo a pagar 12 millones para llevárselo a la Bundesliga, pero no cuajó en el Volkswagen-Arena. Volvería a Italia, donde tenía buen cartel, a modo de préstamo para jugar en la Roma de Luis Enrique, pero tampoco en el Olímpico recuperó su mejor versión. Necesitaba un buen movimiento en su carrera, y este llegó con su traspaso al Lille, el de Salomon Kalou y Vincent Enyeama, que hizo una fantástica temporada en la que acabó tercero y sacó billete para la Liga de Campeones.

Tras dos temporadas en Francia fichó por el Fenerbahce, donde estuvo otros dos años antes de que el Sevilla pagase 12 millones por su traspaso en 2019. Otra liga y otro reto para Kjaer, sin embargo, nunca acabó de asentarse en la zaga sevillista: “muy blandito”, le achacaban. Tras una temporada gris fue cedido a la Atalanta, de nuevo en Italia, en un equipo al alza en el que no le ganó la partida a los centrales de confianza de Gasperini.

Su carrera, repleta de altibajos, no tenía visos de levantar de nuevo el vuelo, menos aún en un Milan al que acababa de llegar Stefano Pioli, un entrenador que no entusiasmaba a la afición. Solo la llegada de Ibrahimovic, el retorno del rey, reflejaba un poco de esperanza en las gradas de San Siro. Sin embargo, llegó un momento en Milanello en el que todas las piezas encajaron de golpe en su lugar. Pioli dio con la tecla, jugadores como Kessié, Calhanoglu o Rebic mostraron su mejor versión e Ibrahimovic empezó a marcar goles, además de ejercer como líder del equipo y a imprimir carácter en un equipo muy joven, lejos de la fama de cementerio de elefantes de otros años. Y en esta tarea le ayudó Kjaer, además de erigirse en el líder de la zaga nada más llegar. Ni Caldara ni el irregular Musacchio habían dado la talla como acompañantes del capitán Romagnoli, pero Kjaer encontró su sitio de inmediato.

“Cuando me dan confianza, respondo”. Así de sencillo lo explicaba el danés, que agradecía a Pioli haber apostado por él en un momento complicado. Su veteranía y buen hacer en la defensa encontraron en la zaga rossonera el ecosistema perfecto para él a sus 30 años después de toda una travesía por Europa.

La Eurocopa con Dinamarca

Con más de cien partidos internacionales a sus espaldas, nadie dudaba de que sería uno de los líderes de Dinamarca en la Eurocopa. Lo que sí sorprendió a toda Europa fue lo ocurrido en el debut ante Finlandia, cuando su compañero Eriksen se desplomó sobre el césped ante el desconcierto de todos. Kjaer, además de llevar el brazalete, ejerció como capitán al acudir hacia Eriksen y colocarlo de lado en posición de defensa. Después de formar pantalla junto a sus compañeros mientras le reanimaban, fue a tranquilizar junto a Kasper Schmeichel a la mujer del futbolista del Inter, que no podía reprimir las lágrimas ante lo que estaba sucediendo en el Parken Stadion de Copenhague.

Tras volcarse todas las aficiones y selecciones con lo ocurrido, y tras perder ante Finlandia en la reanudación del partido y con Bélgica después, Dinamarca se sobrepuso al ganar por 1-4 a Rusia en el último partido de la fase de grupos. Un grupo, el B, tan igualado por detrás de la incontestable Bélgica que los daneses clasificaron segundos con tres puntos gracias a esa goleada ante Rusia. Después, otros cuatro tantos a Gales en octavos y victoria sobre la República Checa en cuartos por 1-2 en un duro partido. La siguiente parada, las semifinales ante Inglaterra en la que ya es la mejor Eurocopa de Dinamarca desde aquella enorme sorpresa en 1992, cuando Brian Laudrup y compañía regresaron de las vacaciones en la playa para levantar el título.

La revelación de Damsgaard y Maehle, la seguridad de Schmeichel, hijo del legendario portero titular de aquel torneo del 92, la resurrección de Dolberg, el centro del campo con Hojbjerg y Delaney y, por supuesto, el centro de la defensa formado por Kjaer junto a al gigante Vestergaard y Christensen, campeón de la Champions con el Chelsea, son los argumentos de la semifinalista sorpresa, el equipo dirigido por Kasper Hjulmand.

¿Capitán en Milán?

Lo ocurrido en la Eurocopa ha animado a la afición del Milan a pedir que Kjaer sea el nuevo capitán del equipo. Es Romagnoli el portador del brazalete, pero su futuro no está claro tras un año en el que ha perdido el sitio tras la llegada del inglés Fikayo Tomori, otro futbolista que, como Kjaer, era suplente en su equipo (el Chelsea) y llegó cedido al Milan para ofrecer buen rendimiento. Como en el caso del danés, el Milan ya ha hecho efectiva la opción de compra por Tomori.

Y es una lástima lo de Alessio Romagnoli, porque en los peores años del Milan fue uno de los pilares que sostuvo al equipo, pero las dudas sobre su futuro y la salida de Donnarumma podrían hacer que el brazalete fuera a parar a Simon Kjaer. También podría recaer en Kessié, uno de los líderes del equipo, o en Ibrahimovic, aunque al sueco no le hace falta llevar brazalete para ejercer de capitán. En cualquiera de ellos estaría en buenas manos.

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Gabriel Caballero

Periodista
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