No lo sigo actualmente con la suficiente continuidad como para decir que el ciclismo ya no es el de antes, pero el ciclismo ya no es el de antes. No me he equivocado de página: sé que es Notas de Fútbol, y no Notas de Ciclismo, pero esto va de héroes, y en el fútbol se sabe algo de ellos. Del ciclismo recuerdo aquellas escapadas antológicas en etapas de alta montaña, a tropecientos kilómetros de la meta, en solitario y con el objetivo de sacar los suficientes minutos como para sentenciar el Tour de Francia, y recuerdo especialmente una de Alex Zülle con el maillot de la ONCE mientras el oscuro cielo amenazaba tormenta, a la vez que parecía precipitarse sobre la bicicleta del ciclista suizo. Pero aquello no salió lo suficientemente bien: el enemigo a batir era Miguel Indurain, y eso eran palabras mayores.
Lo que he visto en los últimos tiempos han sido escapadas milimétricamente planeadas a determinados kilómetros de la etapa, no muchos en general, y con el objetivo de ir sacando los suficientes segundos como para subirse el primer escalón del podio en París. Una mezcla de estrategia de equipo y piernas del ciclista, pero que recuerda de forma descafeinada a una estrategia de una escudería de F1 en la que el objetivo es hacer un undercut, y así adelantar con la parada de boxes al rival gracias a una buena gestión de los neumáticos y a parar en el momento justo. Muy calculado todo, pero lejos de la mística de ver un adelantamiento imposible, como aquel que le hiciera Juan Pablo Montoya con el Williams al mejor Schumacher en la curva Bus Stop de Spa. Se suponía que ahí no se podía adelantar, pero el colombiano lo hizo con el entonces multicampeón.
Pero no es mi objetivo desmenuzar el ciclismo actual, esto va de sensaciones. Y es curioso cómo los héroes señalan el camino de tus aficiones: Indurain era en la primera mitad de los noventa el indiscutible líder del ciclismo mundial, ganador durante cinco ediciones consecutivas del Tour y de dos dobletes de Giro y Tour, además de otras hazañas en los Juegos Olímpicos, Mundiales o el récord de la hora, que en su día llamó mucho la atención con aquellas bicicletas aerodinámicas especialmente diseñadas para ello.
Estados Unidos, Laudrup y Redondo
Indurain copaba titulares en prensa y minutos en televisión con sus éxitos. Mi padre solía ver por las tardes aquellas grandes etapas de montaña y esas contrarrelojes en las que Miguelón arrasaba a sus rivales, y yo me sumaba a verlas. Es curioso, porque no perdía ninguna oportunidad de jugar un partido y patear el balón, pero de crío, quizá vi más ciclismo que fútbol en televisión. Mi pistoletazo de salida a la hora de seguir de verdad el balompié podría ser el Mundial de Estados Unidos y aquel verano en el que el Madrid fichó a Redondo y a Laudrup, entre otros, cuando la adolescencia ya llamaba a las puertas. Siempre digo que los desastres de Tenerife que me ahorré. Guardo sin embargo buenos recuerdos anteriores al Mundial de EEUU, como aquel decisivo partido clasificatorio para dicho campeonato en el que Cañizares lo paró todo ante Dinamarca.
No vivíamos entonces en la ciudad, lo que facilitaba andar en bicicleta por todas partes. Los veranos con los amigos eran como los de Verano Azul, pero con bicicletas de montaña y bastante más competitivos. Y es que Indurain lo estaba ganando todo, y qué menos que intentar emularlo: montábamos nuestras propias contrarrelojes, cronometrando quién tardaba menos en dar la vuelta al colegio o el aparcamiento vacío del Pryca el domingo. Y en las cuestas, imaginábamos que éramos el ciclista navarro dejando atrás a los esforzados Bugno y Chiappucci, que tuvieron la mala suerte de coincidir con Indurain, al igual que dos grandes como los suizos Rominger y el mencionado Zülle, cuyas únicas pegas fueron coincidir con él en el tiempo.
Pero toda etapa en el deporte tiene un final, e Indurain comenzó a sufrir sus pájaras en la montaña: esto es, un bajón repentino en el rendimiento, lo que significaba quedarse atrás en las subidas. A ello se le añadió la aparición, desde el norte de Europa, de ciclistas fuertes como Ullrich o Riis. Antes, en el Giro de Italia, quien cortó su racha fue un ciclista ruso llamado Evgeny Berzin, que sufría en la montaña pero era una auténtica bala en contrarreloj.
Llegó la retirada
No tardó mucho Indurain en retirarse cuando vio que las piernas comenzaban a fallarle: fue en 1996, solo un año después de ganar su quinto y último Tour. Apareció entonces en escena Abraham Olano, ciclista apañado y rápido en contrarreloj, que incluso guardaba parecido físico con Miguelón. Como tantas veces hemos visto en el fútbol, Olano fue “el nuevo…”, y fue una losa muy pesada para él.
Seguí el ciclismo unos cuantos años más durante el presunto dominio intratable de Lance Armstrong, que antes de su enfermedad era un especialista en contrarreloj, cuando nada auguraba su mandato en Francia. Era la historia de superación perfecta, pero había trampa. Mientras, en España apareció un buen ciclista como Beloki, lejos de Indurain, pero más fuerte que Olano: tres veces subió al podio en París, dos como tercero y una como segundo.
En aquellos años surgía un nuevo héroe en el deporte español, alguien que desataría una inusitada pasión por una disciplina minoritaria en España como era la Fórmula 1. Con aquella victoria en Hungría en 2003, Fernando Alonso puso a nuestro país en el mapa de la máxima competición automovilística. Fue entonces, con aquel triunfo en el Hungaroring, cuando despertó mi curiosidad por las cuatro ruedas. En 2004 ya estaba viendo todas las carreras, con aquel dominio intratable de Schumacher y su Ferrari, y un joven Alonso que rascaba podios e incluso rozaba la victoria, como en aquella carrera en Mónaco de infausto recuerdo con Ralf Schumacher, el hermanísimo, y el túnel bajo el hotel Loews. En 2005 y 2006 llegaría la gloria y se desataría la Alonsomanía.
Es curioso cómo la F1 llegó para quedarse mientras el ciclismo fue perdiendo enteros, aunque volvía por temporadas. Y es curioso cómo podemos asociar recuerdos a cada uno de esos momentos: las contrarrelojes en el colegio, las tardes de verano sobre la bicicleta, la Alonsomanía y aquella camiseta que me compré con el dorsal 8 que llevaba en 2004: estaba por aquellos años con una chica a la que Alonso le caía regular, y cuando se la ponía era una victoria.
Supongo que nuestros héroes nos enseñan caminos que podemos seguir, como esas personas que conocemos y nos muestran otra forma de ver la vida. Pasó con Indurain, y después con Fernando Alonso. También ha pasado seguro con Rafa Nadal, por supuesto (aunque en mi caso, empecé a ver tenis con Juan Carlos Ferrero y aquella épica final de Copa Davis contra la Australia de Lleyton Hewitt). El fútbol es diferente: es el deporte rey y siempre ha estado en lo alto de las preferencias del aficionado, por lo que no necesita de pioneros, aunque me extrañaría que la España de 2008 a 2012 no atrajese nuevos adeptos a esta religión de 11 contra 11.
Y es que, mientras el ciclismo y la F1 pasaban por mi vida, el fútbol siempre se mantuvo en lo alto desde aquellos soleados campos de Estados Unidos.