El terremoto que sacudió la concentración de la Roja se saldó con la destitución de Julen Lopetegui. Lo que horas después del anuncio me parecía inaudito que se reclamara, finalmente se llevó a cabo por Luis Rubiales, presidente de la Federación al que no le ha temblado el pulso para terminar con la trayectoria del preparador vasco en el combinado nacional. Lopetegui, rumbo a España, pasará de preparar el debut ante Portugal a presentarse, o eso dicen, como nuevo técnico blanco para las próximas tres temporadas.
Aunque he leído muchas opiniones favorables a la decisión de Rubiales, he decir que particularmente lo hubiese mantenido en el cargo. Claro que yo no soy presidente ni me pagan por velar por el bien de la Selección. Pero creo que con la destitución de Lopetegui a 48 horas del estreno mundialista lo que se ha conseguido es echar más gasolina al fuego. Y, visto lo visto, un gran trauma entre los jugadores no había causado su decisión puesto que los pesos pesados del vestuario solicitaron, sin éxito, que siguiera en el cargo.
Es cierto que hay muchas cosas que no tocaban, pero que han desencadenado una reacción que podía darse. Dice Rubiales que no se siente traicionado, pero su decisión invita a pensar que sí. Porque si es verdad que se enteró cinco minutos antes del anuncio que la misma persona que estampó su firma tres semanas atrás iba a fichar por el Real Madrid, es para mosquearse. Pero, del mismo modo, entiendo que en un contrato existen ciertas cláusulas: como la que previo pago de dos millones de euros, Lopetegui podía marcharse donde mejor soplara el viento. Era inesperado que pasara, pero pasó. Y para Rubiales, como es lógico, le sentó como una puñalada trapera.
Hierro, su sustituto
Fernando Hierro, hasta ahora director deportivo de la Federación, será el que se coma el marrón. Marrón por decirlo de alguna manera, ya que te dejen una de las mejores selecciones del planeta a tu cargo pocas horas antes de un Mundial tampoco suena tan mal. El nuevo seleccionador deberá intentar tocar lo menos posible lo que ya funcionaba y agregar esa personalidad tan suya que demostró como jugador. No es que tenga una dilatada experiencia en los banquillos, pero casos de éxito sobrado ya han demostrado que esa condición no es necesaria para triunfar. Toca confiar en él, más que nada porque no queda otra, y esperar que las aguas vuelvan a su cauce para no empezar la gran cita rusa con el marcador en contra.
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