En un partido pueden suceder muchas cosas, se puede seguir un guion establecido o cambiar el rumbo según los acontecimientos, pero habría que encontrar nuevas definiciones para lo ocurrido en La Romareda. Zaragoza y Racing jugaban en segunda un partido de primera, dos equipos en lo alto de la tabla que buscaban seguir sumando, y no decepcionaron a nadie. Tras un recital verdiblanco en la primera parte, la expulsión de Manu Hernando giró el choque en una nueva dirección hacia un Zaragoza lanzado, pero aún quedaban un par de sorpresas.

Y es que el central racinguista dejó plantada la semilla de la incertidumbre a los dos minutos de partido. El cuadro maño pilló al Racing a contrapié, Bazdar se escapaba y Hernando le agarró para evitar males mayores. Ya estaría condicionado para el resto del partido, sin embargo, fue un aparente contratiempo menor ante lo que estaba por venir en esos primeros 45 minutos: guiado por los 4 Fantásticos del ataque montañés, el Racing no paró de buscar la meta de Poussin una y otra vez sin que los pupilos del legendario Víctor Fernández pudieran hacerse con las riendas del encuentro.

Y sin embargo, el gol no se dejó ver hasta la media hora, cuando Arana recuperó el balón cerca del área zaragocista, Andrés Martín se internó por la derecha y cedió con clase a la llegada de Pablo Fernández, quien con un toque sutil y certero abrió el marcador. El mediapunta cedido por el Lecce puso así la rúbrica al gran partido que estaba haciendo. Lo extraño fue que Íñigo Vicente no participara en el tanto, a lo que puso remedio siete minutos después: de nuevo Andrés Martín ofreció un gran centro para la carrera del mago de Derio, quien aprovechó el bote para elevar el balón por encima del guardameta. Dos goles que no hacían sino refrendar lo que se estaba viendo sobre el campo.

Aquella amarilla de Hernando

La segunda parte comenzó siguiendo el mismo camino que la primera, pero Hernando recordó a los presentes aquella amarilla al principio del encuentro: con una falta evitable en el centro del campo, más aún a sabiendas de estar ya amonestado, vio la segunda y dejó al Racing con diez cuando todo estaba encarrilado. El enfado de José Alberto, técnico racinguista, resumía la situación. El Zaragoza no tardó en aprovechar el regalo: se volcó sobre el área rival y el banquillo verdiblanco movió piezas al entrar de una tacada Íñigo, Castro y Suleiman por Andrés Martín, Pablo Rodríguez e Íñigo Vicente: José Alberto sacrificó el talento para fortalecer al equipo, restablecer la defensa y reforzar el medio con un centrocampista más. Arana y Suleiman se encargarían de aprovechar lo que fuera posible.

Sin embargo, el plan se complicó más aún con un disparo muy lejano de Tasende al que Ezkieta tardó en reaccionar, y diez minutos después, Soberón sumó otro tanto más a su cuenta de esta temporada para empatar un partido que parecía hecho para el Racing y ahora parecía inevitable para la victoria blanquilla. No obstante, los caminos del fútbol son inescrutables: cuando el Racing por fin logró sacudirse el vendaval zaragocista y pasar del centro del campo, Aldasoro se hizo con el balón tras una serie de rebotes y, con un zurdazo desde fuera del área, situó el balón en la escuadra rival.

De nuevo el Racing se ponía por delante, pero en un contexto totalmente diferente. El gol aplacó los ánimos zaragocistas y convenció al Racing de que podría sacar algo de La Romareda a pesar de la situación adversa. Le tocó hacer lo que otras veces tiene que sufrir: cerrarse atrás y achicar agua. Entre Ezkieta y una defensa que acabó siendo de cinco tras la entrada de Pol Moreno, la resistencia tomó forma y el Racing acariciaba la gesta, pero ya en el minuto 97, el árbitro señaló un estricto penalti de Montero sobre Toni Moya. Parecía que habría que conformarse con un punto tras un partido que empezó con arte y concluyó con trabajos forzados, pero aún había espacio para otro giro de guion: Aketxe lanzó duro, pero Ezkieta le adivinó las intenciones y despejó el balón y las aspiraciones mañas. Tras un partido para el recuerdo, los tres puntos se iban para Santander.

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Gabriel Caballero

Periodista
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