Dice Asensio en una entrevista a Marca que Zidane daba una lección a más de uno en los partidillos de entrenamiento, y lo cierto es que el francés parecía un jugador más cuando daba órdenes en el área técnica del banquillo madridista, que en cualquier momento podría saltar al césped y dejar una vez más alguna asistencia, una roulette o una volea caída del cielo. Zidane tiene tan reciente su célebre pasado como futbolista y ha sido tan repentino su éxito como entrenador que cuesta separar su aura de jugador de su faceta de entrenador, y eso es algo que se refleja en su forma de tratar al grupo y de gestionarlo, de defender a los suyos, que además veían al frente a alguien a quien ya admiraban como futbolista, y puede que las imposiciones que llegaban de arriba hayan sido uno de los motivos con más peso de su marcha del Real Madrid.

No quiere esto decir que Zidane no ejerciera su cargo con la rectitud que requiere su puesto, pero siempre se ha situado en una posición en la que pareciera uno más de la plantilla, como un futbolista más del grupo que defiende a sus compañeros de interferencias externas, siendo el caso de Kepa en el pasado mercado de invierno el más evidente: no quiso saber nada de la contratación de otro portero, él tenía al suyo, a Keylor, y no necesitaba más a pesar de que el fichaje del vizcaíno se antojaba en un momento idóneo respecto a la cláusula que tenía en ese momento y que se trataba de una operación de presente y también de futuro, habida cuenta de las perspectivas que descansan sobre el joven guardameta del Athletic. Pero Zidane no quería que nada interrumpiera el clima del vestuario.

Benzema es otro claro ejemplo: incluso en los peores momentos siempre ha defendido al delantero francés, cuando todos echaban a Karim a los leones y se hablaba de Kane, Lewandowski, Icardi… Frente a todos los nombres que salían en la prensa y a un presidente que gusta de hacer grandes contrataciones, el técnico siempre apostó por los suyos y por evitar rumores y fichajes que consideraba innecesarios: para él, los mejores ya estaban bajo sus órdenes.

Se ha hablado en estos últimos días, no obstante, de que Zidane ya tenía preparado su próximo fichaje, que no era otro que Sadio Mané, del Liverpool, que marcó el único tanto del conjunto inglés en la final de la Liga de Campeones y que lleva dos temporadas magníficas en Anfield. No es extraño teniendo en cuenta que si alguien perdió la confianza de Zidane en los últimos tiempos fue Gareth Bale, y quizá tenía preparado al senegalés como su reemplazo.

La llegada de Neymar o Lewandowski, la salida de Cristiano y Benzema… En los últimos tiempos se han desatado los rumores, y no es difícil imaginar que a Zidane no le ha gustado nada de todo ello, más aún cuando se trata de nombres tan importantes. En el último verano apenas se retocó la plantilla con jugadores jóvenes y regresos como Ceballos, Theo, Llorente o Vallejo.

El problema es que a veces es necesario hacer ciertas renovaciones en la plantilla o incluir incentivos con los que mantener la motivación en un grupo que está llevando a cabo un ciclo ganador. Bien lo sabía Guardiola en su última etapa en el Barcelona, cuando tras ganar de nuevo la Champions contrató a jugadores importantes como Alexis Sánchez o Cesc e incluyó nuevos retos en el grupo, como jugar con defensa de tres.

En el Madrid se ha visto un desgaste esta temporada en las competiciones domésticas, con una Liga que dejaron escapar muy pronto y una Copa en la que se cayó en casa con el Leganés. La tercera Liga de Campeones consecutiva ha sido un gran éxito, un hito difícilmente repetible, pero Zidane sabe que no se puede repetir lo ocurrido en la Liga. Quizá por eso decía que el equipo necesitaba un cambio, otro discurso. Quizá no se sentía identificado con el posible cambio que se avecina con los grandes nombres del equipo. En cualquier caso, Zidane creía que era el mejor momento para su marcha, y en todo este tiempo ha demostrado que sus decisiones eran más que razonables.

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Gabriel Caballero

Periodista
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