España se puso el traje de gala. El que sólo acostumbra a sacar del armario en los días grandes. Una cita en París ya era suficiente motivo para engalanarse, pero el inesperado empate ante Finlandia erradicó el margen de error. Para evitar la repesca la victoria era indispensable, así que, siendo fieles a su estilo, los de Vicente Del Bosque dejaron ver esa intensidad y concentración en el juego que sólo sacan a relucir en las fases finales.
Y España venció 0-1 con un gol de Pedro que demuestra su entrega y voluntad, iniciando la jugada y finalizándola tras un sprint en el que muy pocos jugadores habrían tenido fe. Ese gol desequilibró la balanza, pero incluso si España se hubiera ido con las manos vacías nos habría dado motivos para seguir estando orgullosos. Porque durante prácticamente todo el encuentro, provocó el miedo en los rostros franceses a pesar de jugar arropados por el público de Saint-Denis. El simple hecho de condicionar el fútbol de una selección que hace poco más de una década reinaba en el fútbol mundial, y en su propio territorio, es suficiente motivo para quitarse el sombrero ante lo que está consiguiendo esta generación de futbolistas.
La vuelta de Xabi Alonso al once inicial tuvo una importancia capital, y su presencia la agradecieron sus propios compañeros, empezando por su pareja de baile. Con el donostiarra en el once, Busquets siente su espalda más protegida, y no teme a la hora de irse arriba para robar. Pero sobre todo se agradeció su claridad en la construcción de juego, dando la verticalidad en el pase necesaria para romper líneas, después del típico zarandeo horizontal que adormece a los rivales.
Por poner alguna pega, habría que decir que Xabi encontró pocas opciones para dichos pases. Villa se encontró ahogado entre la corpulencia y velocidad de los centrales franceses, Xavi se mostró falto de ritmo debido a su lesión, e Iniesta tardó en entrar el calor. Eso sí, una vez lo consiguió, demostró que es único. Un mago. Seguro que mientras escondía el balón de entre la multitud de piernas galas para conseguir salir airoso una y otra vez, más de uno en las gradas se acordaba de Zidane.
Mención especial merecen dos de los hombres menos habituales en el once, y que sin embargo rindieron al nivel de los habituales. Hablo de Víctor Valdés y Monreal. El primero tenía la difícil papeleta de sustituir a Iker Casillas, y se va de París con el deber cumplido, y con nota. El guardameta blaugrana sigue demostrando que, en las citas importantes, es un seguro de vida. Mientas que Monreal no sólo cumplió en defensa, sino que consiguió que no echáramos de menos a Jordi Alba en la fase ofensiva. Sirva como ejemplo su excelente incorporación al ataque en el gol español.
El mérito de España crece si tenemos en cuenta el rival. Deschamps y sus pupilos quizás pecaron de conformistas en su planteamiento, conscientes de que el empate les dejaba con pie y medio prácticamente en el Mundial de Brasil. Aún así, dieron muestras de su gran potencial y tuvieron varias ocasiones, especialmente al contragolpe, para batir la portería española. Ribéry demostró que sigue siendo el líder de esta selección, y aunque entró poco en juego —mérito de un Arbeloa que es objeto de burlas para muchos, pero defensivamente está entre los mejores del mundo—, tuvo en sus botas las dos mejores ocasiones galas. Un equipo envidiablemente joven y con calidad suficiente para superar una hipotética repesca y estar en la próxima cita mundialística.
España recupera el liderato del Grupo I y encarrila su presencia en Brasil 2014. Sin embargo, mal haría en creerse que está todo hecho. El partido en El Molinón demostró que se puede tener un accidente en cualquier momento, y tanto Georgia, como Bielorrusia y la propia Finlandia, intentarán escribir una página en los libros de historia sacando algo positivo ante la mejor selección del mundo.