En el corazón de la ciudad se alza la Catedral de Milán, y en lo más alto, con privilegiadas vistas para no perder detalle de lo que ocurre en sus calles, vive la Madonnina, representación de la Virgen y uno de los iconos de la ciudad, y que a su vez da nombre a uno de los partidos con más tradición del fútbol europeo, el que enfrenta a los dos equipos de la ciudad: el Inter y el Milan, quienes dividen a la ciudad lombarda en dos mitades y la convierten en una de las capitales del fútbol mundial. Hoy, sin que ninguno de ellos viva su mejor momento, volverán a verse las caras, y son ya muchos los partidos entre los rossoneri y los nerazzurri desde que el Inter surgió como escisión de un Milan que no aceptaba extranjeros en sus filas hasta los duelos entre los eternos Zanetti y Maldini, pasando por los ya míticos enfrentamientos entre el Inter de Mazzola y el Milan de Rivera, o cuando ambos clubes estaban capitaneados por los hermanos Baresi. Una de las épocas de mayor esplendor de ambos, y por extensión del Calcio, fue la vivida a finales de los Ochenta y principios de los Noventa cuando ambas escuadras disponían de algunos de los mejores futbolistas del mundo. En aquellos días, el Inter contaba con tres magníficos jugadores alemanes mientras el Milan disponía de tres holandeses que causaban pavor en Europa. Todos ellos se enfrentaron en el Mundial de Italia 90, en el Estadio San Siro, en lo que fue considerado un Derby della Madonnina más.
Era 1987 y el Milan quería y necesitaba dejar atrás una oscura etapa que lo había llevado incluso a la Serie B. El club no ganaba un título desde la liga alzada en 1979, y en ese período la Juventus de Platini, el Napoli de Maradona o incluso la Roma de Falcao o el sorprendente Hellas Verona habían reinado en Italia. El club rossonero, ya propiedad de Silvio Berlusconi, quería recuperar la hegemonía y para ello fue contratado Arrigo Sacchi procedente del Parma además de dos jóvenes holandeses llamados Ruud Gullit y Marco Van Basten. El resultado fue inmejorable y el cuadro milanés lograría de nuevo el título de liga por delante de Napoli y Roma.
Al final de aquella temporada 87-88 tuvo lugar la Eurocopa de Alemania, en la que la anfitriona era una de las grandes favoritas con jugadores del calibre de Matthäus, Klinsmann y Brehme. En semifinales habría de enfrentarse a Holanda en lo que supone uno de los grandes enfrentamientos del fútbol mundial y cuyo último gran precedente había sido la final del Mundial de 1974, en la que se enfrentaron Cruyff y Beckenbauer y que tuvo como ganador a los germanos. No obstante, Holanda se tomaría cumplida venganza en el Volksparkstadion de Hamburgo para derrotar por 1-2, mismo resultado por el que había ganado Alemania aquel Mundial, gracias a los goles de Koeman y Van Basten que dejaron sin efecto el tanto de Lothar Matthäus. Holanda pasó a la final y ganó el título tras derrotar a la URSS con goles de los milanistas Gullit y un pletórico Van Basten.
Tras aquella Eurocopa, el Milan completó su tripleta de holandeses contratando a Frank Rijkaard, que había jugado en el Zaragoza cedido por el Sporting de Lisboa, que lo contrató demasiado tarde como para ser inscrito en competición alguna. Y si el equipo de Berlusconi necesitaba volver a la senda del éxito, no menos lo requerían sus vecinos interistas, que no alzaban el título de liga desde 1980. Para ello fueron contratados Lothar Matthäus y Andreas Brehme, ambos procedentes del Bayern, y que se unieron a Zenga, Berti o Serena para formar un equipazo que, comandado por Giovanni Trapattoni, recuperaría el título liguero. Segundo fue el Napoli y tercero el Milan, que con su trío holandés volvió a ganar la Copa de Europa tras arrasar por el Viejo Continente.
En aquel verano de 1989, el Inter trató de fortalecer aún más su plantilla con el fichaje de Jürgen Klinsmann procedente del Stuttgart. En aquellos días sólo se permitían tres jugadores foráneos por equipo, y el Milan ocupó las plazas con sus tres fantásticos futbolistas holandeses mientras el Inter hizo lo propio con su fuerte tripleta teutona. No obstante, ninguno de ellos ganó aquel año la liga, sino que Maradona ý su Napoli recuperaron el cetro con el Milan segundo y el Inter tercero. Sin embargo, el cuadro rossonero ganó su segundo título continental, siendo el último equipo que ha logrado repetir entorchado consecutivo. Por su parte, el Inter cayó estrepitosamente en dieciseisavos ante el Malmö.
Al final de aquella temporada, el Mundial se desplazaría a Italia para refrendar aún más el dominio del fútbol transalpino por aquel entonces, aunque no es recordado el de 1990 como uno de los mejores torneos en cuanto a su brillantez. Alemania llegaba a Italia con un gran equipo entrenado por Beckenbauer que en buena parte ya había perdido la final del anterior Mundial ante Argentina y que había caído ante Holanda en la Euro de 1988, que vio campeona a una Naranja Mecánica que no refrendó tal condición en Italia. La Mannschaft pasó la fase de grupos con total solvencia tras golear a Yugoslavia y Emiratos Árabes y empatar ante Colombia, mientras que la Holanda de Leo Beenhakker apenas superó dicha fase con tres empates ante Inglaterra, Irlanda y Egipto. Al concluir empatada a todo con Irlanda, el segundo y tercer puesto fue decidido por sorteo cayendo a favor de los irlandeses, con lo que Holanda hubo de conformarse con la tercera plaza y lo que fue peor: con Alemania como rival en octavos.
De esta manera, y en plena efervescencia del Derby della Madonnina con dos fuertes escuadras en la ciudad de Milán, el destino quiso que fuese San Siro quien acogiese el duelo entre Alemania y Holanda. Así, Van Basten, Gullit, Rijkaard, Matthäus, Brehme y Klinsmann volverían a enfrentarse una vez más pero en esta ocasión con las camisetas de sus selecciones, como ya hicieran todos ellos en la Eurocopa de 1988, aunque entonces sólo Gullit y Van Basten jugaban en Italia. El partido fue visto como una prolongación mundialista del derbi milanés y la expectación fue máxima en la ciudad. El partido destacó por su intensidad y su juego tosco y trabado más que por su vistosidad, y quedó marcado en el minuto 22 cuando Frank Rijkaard protagonizó con Rudi Völler, entonces jugador de la Roma, un lamentable incidente en el que ambos fueron expulsados. Tras una dura entrada sobre Völler, Rijkaard vio la amarilla y posteriormente escupió al jugador alemán, hecho que pasó desapercibido para el árbitro. Völler vio la amarilla por protestar y, con los ánimos caldeados, el jugador teutón tuvo un encontronazo en la siguiente jugada con Van Breukelen, meta holandés, y finalmente Rijkaard y Völler fueron expulsados tras la discusión que tuvo lugar instantes después.
Así las cosas el partido se reanudó con veinte jugadores sobre el campo y no vio goles en todo el primer tiempo: todos llegarían en la segunda mitad y no tardaría en llegar el primero tras la reanudación, cuando una jugada de Berthold, compañero de Völler en la Roma, desembocó en un centro al área que Klinsmann, con su habitual oportunismo para estar siempre en el sitio preciso, envió a la red para adelantar a Alemania. A ocho minutos del final, Andreas Brehme demostró lo bien que manejaba ambas piernas (era lateral zurdo y tiraba los penaltis con la derecha) cuando se internó en el pico del área para disparar al palo largo con la diestra y batir a un Van Breukelen que estaba teniendo una muy buena tarde.
Koeman redujo distancias al convertir un penalti cometido por Kohler sobre Van Basten, pero ya no hubo tiempo para más y Alemania, con dos goles de sus interistas, certificó la victoria y la revancha de Alemania, otra vez con un resultado de 2-1, y a la vez del Inter sobre el Milan en el “derbi” que estaba teniendo lugar sobre el césped de San Siro. Tras batir a Checoslovaquia en cuartos, a Inglaterra en semifinales y a Argentina en la final, en lo que fue una nueva revancha respecto a la final de México 86, Alemania Federal se proclamó campeona del mundo por tercera vez en su historia.
Los campeones germanos permanecieron dos temporadas más en las filas del Inter, en las que les dio tiempo a ganar la Copa de la UEFA de 1991 antes de que todos ellos abandonasen el barco nerazzurro un año después: Matthäus regresó a Múnich, Brehme fichó por el Zaragoza, donde no tuvo excesiva fortuna, mientras que Jürgen Klinsmann ficharía por el Mónaco dando comienzo a un periplo que lo llevaría por varios equipos. Por su parte, la tripleta holandesa permaneció algunos años más en Milanello para formar parte del equipo con el que Fabio Capello recuperó la hegemonía en Italia. Fue un capítulo más del Derby della Madonnina, aunque con camisetas, escudos y un contexto diferente. Un derbi que siempre tendrá su lugar de honor en el fútbol mundial.