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Guardiola: el ataque está garantizado

Si hay un sábado del calendario que uno anhela cuando arranca el curso futbolístico, ese es el de hoy. La final de la Champions League que mide a Manchester City y Chelsea pone la rúbrica a una temporada frenética a nivel de clubes, donde en LaLiga no ha habido tiempo para el respiro y en el que finalmente el Atlético de Madrid, ante la parsimonia de Real Madrid y Barcelona, ha terminado conquistando un título que tras toda la temporada nadando, casi se le escapa en la orilla.

Pero en el calendario, marcado en rojo, estaba este 29 de mayo. Es la cita ineludible. En la que quieren estar todos. Desde clubes hasta aficionados y periodistas. Hace unos días el Villarreal dignificó la Europa League con una conquista probablemente inimaginable a principio de temporada. En esos momentos en los que parecía que Emery no daba con la tecla. Pero bastó coraje, resistencia ante el acoso del United en la segunda parte y el aguante necesario en la prórroga para forzar unos penaltis de los que salió héroe Rulli y villano, De Gea.

El Submarino tumbó las ilusiones de unos Diablos Rojos que, tras quedar segundos en la Premier, suspiraban por reverdecer viejos laureles y, toserle, de una vez por todas, al City. Mandarle un recado de quién gobierna la ciudad en lo futbolístico. Pero se quedó con la miel en los labios y hoy son los de Pep Guardiola quienes pueden conquistar el título más ansiado por cualquier entidad. E incrementar la herida roja, esa que en el campeonato doméstico, la ilustran los doce puntos de diferencia con el campeón.

El City, según el portal SportsBettingDime.com, saldrá como el equipo favorito con una probabilidad de -225 a pesar de haber sido derrotado por el Chelsea en sus últimos encuentros. Las finales —ya lo dice el tópico— no se juegan, se ganan. Y ahí Guardiola es un experto. De hecho, ayer se cumplieron 10 años de aquella quinta Liga de Campeones conquistada por el Barça, la segunda en Wembley. Y Pep, en toda esta década, no ha parado de crecer para volver a estar ahí, entre los más grandes, para tratar de hacer historia con un club construido a base de talonario.

Es ahí donde, como una tormenta desatada, le llegarán los palos al de Santpedor. Si gana, lo habrá hecho gracias a esa inversión astronómica cortesía de los petrodólares. Si pierde, no habrá sido capaz de hacer campeón un equipo hecho a la imagen y semejanza de sus deseos. El ataque está servido para todos aquellos que van más allá del fútbol, que juntan churras con merinas, que aprovecharán el rencor acumulado por sus incontables frustraciones para vomitarlas justo en el instante en que se conozca quién toma el relevo del Bayern.

Todo eso, en lugar de disfrutar. Enfrente, Pep, tendrá un Chelsea cuyo técnico perdió la última final. Un Tuchel sin sintonía en el megaproyecto de megaestrellas del PSG, que se marchó por la puerta de atrás para acometer la sucesión de un mito blue como Lampard. Los métodos caducos, esos que mantenían en un estado laxo al vestuario parisino, son los mismos que trasladados a Londres, le han permitido soñar, por qué no, con la Orejona. Un Chelsea que, pese a su importante inversión, se ha colado por sorpresa en la finalísima. Y que ya sabe lo que es ganar al City esta campaña.

Una final que pone el broche de oro a una temporada extrañísima, herencia de otra todavía más angustiosa y, antesala —esperemos— de una nueva en la que, ojalá, no quede ni una butaca libre en los estadios.

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