Iñigo Cabacas fue asesinado por una acción policial injustificada

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Hace un año publicamos un post sobre un suceso que la mayor parte de la prensa, tanto deportiva como generalista, ha dejado pasar sin prestarle la atención que merece. Iñigo Cabacas, aficionado del Athletic Club, murió pocas horas después del partido que enfrentó a su club con el Schalke 04 en la pasada edición de la UEFA Europa League, como consecuencia del impacto de un proyectil recubierto de goma disparado por la Ertzaintza sin que hubiera ninguna razón para ello.

Tal y como defendían sus familiares y amigos, en base a lo narrado por los testigos, la acción policial que provocó la muerte de Cabacas no estaba justificada de ninguna manera, pues en la zona no se estaba produciendo ningún altercado de consideración. Así lo revela la grabación de las conversaciones sostenidas entre las patrullas desplazadas hasta la calle María Díaz de Haro y el mando de la Ertzaintza que ordenó la carga desde la comisaría de Deustua. Para una lectura profunda sobre lo ocurrido podéis visitar la web del diario Gara, donde publican los audios, pero a continuación haremos un resumen de lo ocurrido.

Dos furgonetas de la Ertzaintza se desplazaron a la zona de la calle ya citada tras recibir el aviso de que se había producido una trifulca. Uno de los responsables policiales le cuenta a la base de que la pelea había concluido “hace un rato” e informa de que la plazoleta “está llena de gente” pero que “no se ve ninguna pelea”. A pesar de ello, desde la comisaría de Deustua se ordena cargar, explicitando que se entre en la herrikotaberna allí situada. También se envían dos furgonetas más.

Tras esa primera carga, de carácter leve, se produjeron lanzamientos de botellas y otros objetos hacia las furgonetas de la policía vasca, un acto que ha sido reconocido en todo momento por los testigos, incluidos los acompañantes de Iñigo Cabacas. Sin embargo, tras la llegada del segundo grupo de patrullas, uno de sus responsables pone en conocimiento de la central que “la situación está controlada”, opinando que habría que “limpiar la zona”, pero dejando claro que “la situación está controlada (…) ahora mismo no hay ningún altercado”. Tras ello se toma su tiempo para evaluar la situación (más de tres minutos) y vuelve a informar a la comisaría que está todo controlado.

Pero a pesar de la información narrada en primera mano por los oficiales desplazados a la zona, el mando hizo caso omiso de ella y ordenó realizar una segunda carga a toda potencia: “Le repito las órdenes para que queden bien claras (….) Entren al callejón con todo lo que tenemos, entren a la herriko (…) Y entonces estará la situación controlada”.

Se produjeron entonces múltiples disparos de proyectiles recubiertos de goma, sin las preceptivas medidas de distancia y dirección, sino apuntando directamente a la altura de las cabezas, como así han confirmado múltiples testigos, tanto los que estaban a pie de calle como los que vieron todo desde balcones adyacentes. Una de esas balas impactó en la cabeza de Iñigo Cabacas, causándole la muerte.

La central policial fue informada al momento por varias fuentes de que había un ciudadano herido, apuntando en varios casos de que era posible que fuera por el impacto de uno de los proyectiles disparados por la policía. Pese a ello, el mando de la comisaría de Deustuo concluyó, desde la distancia, que “se habrá desmayado”. El intento de negar lo ocurrido comenzó desde el minuto cero.

Tanto desde la dirección de la policía vasca, como por la de la Consejería de Seguridad (hace un año en manos del PSE, ahora del PNV, pero con idéntica opinión), se ha tratado de ocultar la verdad, afirmando que Cabacas habría resultado herido en la pelea previa a la llegada de la policía o, posteriormente, intentando negar que la herida que causó la muerte de Iñigo hubiera sido causada por un proyectil policial, una teoría que quedó desmontada por el examen forense.

Iñigo Cabacas fue asesinado por una acción policial injustificada y de violencia desmedida. Un hecho que se ha intentado ocultar o tergiversar por las instituciones, lo que eleva a un grado máximo la ignominia. No fue un accidente. Cuando se dispara a la altura de la cabeza y de manera indiscriminada, apuntando a la masa, la muerte de una persona no puede calificarse de accidental.

El aficionado al fútbol está socialmente criminalizado. Siempre que ocurre algo es automáticamente declarado sospechoso. Por supuesto que hay una minoría en prácticamente la totalidad de las aficiones que ejerce, de un modo u otro, la violencia. Pero la inmensa mayoría de las personas que van a un estadio de fútbol es gente pacífica que nada tiene que ver con los actos de la minoría violenta. Esa minoría violenta que, en muchos casos, a día de hoy aún cuenta con la connivencia (o, cuando menos, el mirar hacia otro lado) de los propios clubes y sus dirigentes.

Como reflexionaba Álvaro Olmedo en Marca hace diez días, “regular y limitar los protocolos de actuación de la policía en los estadios es una cuenta pendiente del fútbol español. Un campo de fútbol y sus alrededores no pueden ser territorios donde la arbitrariedad esté justificada en pro de la seguridad”. Además de firmar debajo de su opinión, también comparto con él su último deseo: que la muerte de Iñigo Cabacas sirva, al menos, para que se tomen las medidas necesarias para que no vuelva a ocurrir algo así.

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Bruno Sanxurxo