Recientemente Fabio Capello declaró en una entrevista que el mejor jugador al que había entrenado era Ronaldo Nazario. Una declaración sorprendente no por el jugador elegido, uno de los mejores de siempre, sino por las circunstancias que rodearon el momento en el que se encontraron en el Real Madrid: el delantero acusaba sus problemas de sobrepeso debido a la tiroides, el equipo venía de una sequía de títulos y el técnico italiano afrontaba su segunda etapa en el Bernabéu con la necesidad de tomar medidas: una de ellas fue acelerar la marcha de Ronaldo en el mercado de invierno rumbo a Milán. No obstante, en esa media temporada, parece que a Capello no le fueron esquivas las cualidades de El Fenómeno aunque no se encontrase ya en su mejor momento.

Que Capello elija al mejor jugador al que ha entrenado no es asunto baladí, pues lo dice alguien que ha dirigido a jugadores de la talla de Maldini, Baresi, Gullit, Rijkaard, Raúl, Redondo, Weah, Totti, Batistuta, Buffon, Ibrahimovic, Del Piero… Pero sin duda el primer nombre que me vino a la cabeza de los futbolistas que habían estado a sus órdenes era Marco Van Basten, al que dirigió en su laureada primera etapa en el Milan. Capello, desde luego, no se había olvidado del delantero holandés: “Cuando me preguntan quién es el mejor jugador que he entrenado siempre digo Ronaldo, él y Van Basten”. Parece que el entrenador transalpino da una cierta ventaja al brasileño, pero en el podio principal de sus jugadores están primero ellos dos. “Nunca tuve a Van Basten en las mejores condiciones” dice del que fuera delantero de Ajax y Milan, y lo cierto es que el Cisne de Utrecht tuvo un sinfín de problemas físicos, y sin embargo no le resultaron un obstáculo para brillar en aquel Milan de Fabio Capello, con el que marcó más goles que nunca en Italia y ganó su tercer Balón de Oro. Cómo hubiese sido sin las lesiones…

El Milan de los invencibles

El Milan de Sacchi había arrasado en Europa a finales de los ochenta y se había hecho un hueco entre los mejores equipos de la historia. Van Basten, Gullit y Rijkaard encabezaban aquel equipo, y brillaron también con la selección holandesa ganando la Eurocopa de 1988 con goles precisamente de Gullit y Van Basten en la final ante la Unión Soviética. El, segundo, obra del delantero, es seguramente uno de los más icónicos en la historia de este deporte. Pero tras la segunda Copa de Europa en 1990 comenzaba a escribirse el final de aquel “equipo de los inmortales” de Sacchi. Para Van Basten no fueron tampoco los mejores momentos, y el que fuera ganador del Balón de Oro en 1988 y 1989 tuvo un Mundial de Italia en 1990 complicado: Holanda se presentaba como campeona de Europa y una de las favoritas, pero no fue capaz de mostrar esa condición en el torneo: le costó horrores pasar la fase de grupos y en octavos quedó encuadrada con Alemania, con aquel “derbi de Milán” y el célebre encontronazo entre Rijkaard y Völler. Los germanos derrotaron al equipo de Van Basten, que no estrenó su casillero de goles en el Mundial.

La temporada siguiente no fue la mejor para el Milan: en la Serie A sucumbieron ante la Sampdoria de Vialli y Mancini, y en Europa protagonizaron aquel escándalo contra el Olympique de Marsella, con el repentino apagón de los focos del estadio, la suspensión momentánea del choque y la renuncia a volver a salir al terreno de juego. El resultado fue la expulsión del equipo rossonero del torneo y un año de sanción sin poder disputar competiciones europeas. No fue tampoco el mejor año para Van Basten: sólo 11 goles en liga. Al final de la temporada, Sacchi tenía sobre la mesa una oferta de la selección italiana, y no se mostraba muy dispuesto a continuar al frente del club lombardo: “la plantilla ya está exprimida al máximo”. Una plantilla con la que había tenido algún roce que otro, entre ellos con el ariete holandés.

Así las cosas, Berlusconi recurrió a un hombre de confianza, exfutbolista de la selección italiana y cuya experiencia en los banquillos se reducía a algunos partidos en la temporada 86-87, cuando Berlusconi ya recurrió a él para sustituir a la leyenda milanista Nils Liedholm y justo antes de la llegada de Arrigo Sacchi. Ahora le llegaba su gran oportunidad a Capello. El equipo para la temporada 91-92 sería prácticamente el mismo: apenas llegó el delantero italiano Aldo Serena no sin polémica, pues había sido en los años anteriores una de las estrellas del Inter. Serena llegaba para ser la alternativa a Van Basten y Massaro en punta de ataque, habida cuenta de las lesiones del holandés, pero no acabó de cuajar. Ese papel lo acabaría desempeñando Marco Simone.

Fabio Capello representaba una solución continuista, pero aportó su toque personal al Milan y la fórmula dio resultado: el conjunto rossonero arrasó en Italia ganando la liga sin perder ningún partido, marcando más goles que nadie y siendo uno de los equipos menos goleados. Se había pasado del Milan de los inmortales al Milan de los invencibles. El cambio de entrenador le había sentado francamente bien al equipo y Van Basten mostró un rendimiento extraordinario marcando 25 goles, su mejor marca en la Serie A. A ello ayudó también el hecho de estar excluido de competiciones europeas, por lo que pudieron centrarse en la liga y el holandés no tuvo una carga excesiva de minutos sobre sus tobillos.

El equipo era prácticamente el mismo con Rossi en la portería, la célebre defensa con Tassotti, Baresi, Costacurta y Maldini, con Rijkaard, Evani y Donadoni en el centro del campo, Gullit enganchando con el ataque y Van Basten junto a Massaro en punta. La gran apuesta de Capello fue la de Albertini, al que dio galones en el doble pivote junto a Rijkaard.

Para la temporada siguiente, con Capello ya con el respaldo de sus resultados, se reforzó al equipo en su asalto a recuperar la corona en Europa. Así llegaron jugadores del nivel de Papin, que había ganado el Balón de Oro, Lentini, entonces el fichaje más caro de la historia y una de las grandes promesas de Italia, Zvonimir Boban, Dejan Savicevic… Una plantilla extraordinaria.

El tercer Balón de Oro

La temporada 92-93 la empezó Van Basten como había concluido la anterior, mostrándose como ese goleador total, con un abanico de recursos para el remate inigualable, con una clase y una técnica excepcionales. En trece partidos de liga ya había marcado trece goles, incluyendo cuatro al Nápoles en San Paolo, y al final de aquel año 1992 ganaría su tercer Balón de Oro tres años después, igualando en el palmarés a dos leyendas como Cruyff y Platini. Además de su gran año en San Siro había entrado en el equipo ideal de la Eurocopa junto a su compañero de ataque Dennis Bergkamp, a pesar de que Holanda no pudo revalidar el título al caer en semifinales ante Dinamarca en los penaltis. Van Basten había fallado el definitivo.

Pero en un partido de liga ante el Ancona regresaron sus peores temores, las lesiones volvieron a hacer acto de presencia y los tobillos dijeron basta. A sus 28 años se encontraba en su mejor momento, en plena madurez en su juego y con sus mejores números en Italia, pero esta vez tuvo que estar ausente varios meses del césped. Pero aquel Milan era un gran equipo, y a pesar de perder a su estrella continuó dominando en Italia acumulando 58 partidos sin perder. Aunque no tuvo el rendimiento que se esperaba, Papin ocupó el sitio en la delantera marcando un aceptable número de goles. Y eso que no se encontraba muy a gusto en los esquemas de Capello: “si el juego parece aburrido desde fuera, imagínate desde dentro”.

En Europa el Milan volvía a sembrar el pánico en sus rivales, y ganó todos sus encuentros hasta la final. A ese partido quería llegar Van Basten como fuera y jugó infiltrado ante el Olympique de Marsella. El equipo italiano era el favorito, pero no salieron bien las cosas y el Olympique de Boksic, Völler, Deschamps y Desailly (milanista el año siguiente) dio la sorpresa ganado 1-0 con gol de Basile Boli. Nadie podía imaginar que aquel era el último partido de Marco Van Basten como profesional, pero las lesiones no le dejaron volver a calzarse las botas. Al jugador que había estado tres veces en la cima del fútbol sólo le pudieron derrotar sus propios tobillos. En agosto de 1995, perdida ya la esperanza de su regreso, el Milan le rindió homenaje y el holandés dio una vuelta sobre el césped de San Siro, a la vez que Capello no podía reprimir las lágrimas desde el banquillo. Un tipo afortunado: dirigió a los dos mejores nueves de la historia.

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Gabriel Caballero

Periodista
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