Se acostumbra a decir que los fichajes de invierno suelen ser parches que sirven, básicamente, para paliar ciertas carencias en la planificación deportiva de un equipo y que, en la mayoría de los casos, pocas veces sirven para solucionar los problemas de una plantilla. Y en realidad, es verdad: salvo esos casos puntuales en los que se cubre la baja de un lesionado de larga duración; o esos otros en los que un club, sumido en una crisis de resultados, realiza directamente un lavado de cara a su vestuario, pocas son las veces que un jugador llega a mitad de temporada y le cambia la cara a un equipo por completo.
En una situación de pura incertidumbre navegaba el Manchester United cuando próximo a cerrarse el mercado de fichajes invernal, hizo oficial la llegada de un viejo anhelo: Bruno Fernandes (08/09/1994). El jugador, hasta ese momento propiedad del Sporting de Portugal, llevaba tiempo sonando no únicamente para vestir la zamarra roja, sino que se le había vinculado entre otros al Barcelona. De hecho, horas antes de que los mancunianos se llevaran el gato al agua y previo pago de 55 millones de euros (más bonus) se hicieran con sus servicios, se especuló con que el portugués ficharía por el conjunto culé ―por entonces a la caza de un ‘9’―, lo cedería al Valencia y éste permitiría que Rodrigo aterrizara en el Camp Nou. Una operación a tres bandas que nunca se llevó a cabo pero que viendo el superlativo rendimiento de Bruno en Old Trafford, hubiese sentado de perlas tanto a barcelonistas como valencianistas.
Y es que el internacional luso se ha encargado, él solito, de darle otro aire al equipo de Ole Gunnar Solskjær: el que sobrevolaba el cielo del Teatro de los Sueños hasta su llegada era tóxico, estaba contaminado por un fútbol que alejaba a los Red Devils de cualquier expectativa. Pero con Bruno llegó el punto de inflexión y su impacto en el esquema del técnico noruego no ha podido ser mayor. De hecho, desde que se enfundó su nueva elástica, el Manchester United no sabe lo que es perder en la Premier League. 14 partidos, cero derrotas y una escalada en la clasificación que le ha permitido, gracias a su victoria (0-2) en la última jornada ante el Leicester ―que ojo, era tercero y le sacaba 14 puntos justo antes de la firma de Bruno―, terminar en el podio de la clasificación, con un tercer puesto inimaginable meses atrás, en los que alcanzar puestos de Champions League era poco menos que una hazaña.
Que fue llegar y besar el santo quedó claro en su primer mes: ni proceso de adaptación ni nada: dos goles y cinco asistencias, tres veces nombrado Jugador del Partido y, en consecuencia, Jugador del Mes de febrero en la competición británica. Con Bruno, Solskjær encontró al fin ese vínculo entre el centro del campo y el ataque que no obtuvo la respuesta esperada ni con Mata, ni con Lingard ni con Andreas Pereira. Un perfil en el que el portugués se sintió como pez en el agua y que benefició al colectivo, construyendo un equipo que condecía y encajaba menos tantos, que traducía en más goles sus aproximaciones al área y en el que hasta Pogba, con el que ha demostrado tener gran sintonía, parecía otro.
La incorporación de Bruno también ha provocado que luzcan sus mejores galas un Martial al que el confinamiento le vino de perlas y un Mason Greenwood que desde el costado derecho mostró las hechuras de crack que le preceden. Todos coinciden que si el Manchester United ha regresado por sus fueros, ha sido por la presencia de ese fichaje invernal por el que suspiraba desde hace meses y que, rotundamente, ha sido un acierto. 8 goles y 7 asistencias en un puñado de apariciones que también le han permitido ser nombrado mejor jugador de junio, un mes en el que su gol al Brighton (J32) también fue distinguido como el más espectacular de la Premier. Bruno Fernandes, contigo empezó todo.