El último partido de España en el Mundial de Brasil 2014 ante Australia era un trámite, pero un trámite emotivo. Suponía el final de una etapa, el punto de inflexión que debe delimitar la época más gloriosa de nuestra selección respecto a una renovación, que quizás no necesite profundidad pero sí rapidez.
Y suponía el adiós de varios futbolistas. Algunos porque renunciarán a futuras convocatorias, como parece que será el caso de Xavi Hernández o Xabi Alonso. Otros, porque tendrán difícil tener hueco en futuras listas. El mejor ejemplo de esto es David Villa.
Lo mejor de este glorioso ciclo de España, es que el colectivo ha brillado por encima de cualquier individualidad. No necesitábamos un crack mediático, porque nuestro mayor arma estaba en la conjunción de once piezas. Aún así, es normal que cada uno de nosotros tengamos a un jugador -o técnico- como actor protagonista. Para unos será Xavi, por ser reflejo en el campo de una idea de fútbol. Para otros será Casillas, por liderar al equipo con sus paradas y su sosiego. Habrá quien tenga en Iniesta a su favorito por hacer magia sin necesidad de focos. Yo, personalmente, tengo en David Villa a mi protagonista.
David Villa llegó a la selección con la papeleta de ocupar el enorme hueco que dejaba un Raúl al que muchos aún veían en lo más alto. ¿Quién no se acuerda del eterno debate sobre el 7 de España? A día de hoy nadie tiene dudas de que ese calificativo lo merece el Guaje por encima de cualquier otro. Podía jugar de delantero centro, de segundo punta o tirado en banda izquierda. Villa siempre ha estado casado con el gol, y es algo que queda patente con esos 59 goles que le alzan a la primera posición de la tabla de goleadores históricos de la selección española.
En nuestras retinas ha quedado el gol de Iniesta o la parada de Casillas a Robben, pero yo no olvidaré como el Guaje nos condujo hasta la final de Sudáfrica. Honduras, Chile, Portugal, Paraguay… muescas en el revólver de un jugador cuya sangre fría siempre fue nuestra mayor aliada a la hora de superar los obstáculos más peligrosos.
Ante Australia, le bastó una hora para ser el mejor jugador del encuentro. Para hacernos revivir viejos tiempos escorado en esa banda izquierda y escoltado por Fernando Torres. Estaba eliminado, pero jugó con la motivación del debut. Haciéndonos un regalo cada vez que entraba en contacto con el balón. Firmando otro gol para el recuerdo, por su bella factura y porque, posiblemente, será el último con España. Por eso no dejó escapar la oportunidad de besar el escudo, en un gesto que habla por sí sólo. Su actuación nos ha dado la razón a los que creímos que era una osadía que no tuviera minutos en los dos primeros encuentros.
Cuando en el minuto 12 de la segunda parte vio su dorsal en la tablilla del cuarto árbitro, a Villa le dio un vuelco el corazón. Sabía que era el final de una etapa legendaria. Que seguramente no volverá a enfundarse la camiseta con la que ha vivido sus mejores momentos como futbolista. Villa cerraba un círculo que él mismo abrió hace seis años. No queda más que darle las gracias, porque aún no se ha ido pero ya es eterno.