Quizá sea porque nos acostumbramos en la última década a que el Madrid ganase la liga de forma más espaciada, quizá por los últimos años que nos tocó vivir, pero parece que fue ayer mismo la liga de la pandemia, aquella que acabó en julio después de pararse durante semanas de incertidumbre, aquella que se ganó de forma agónica con victorias ajustadas pero con una racha de victorias propia de campeón, aquella que se celebró con Militao y sus gafas de sol en plena noche, una imagen casi tan icónica como la de Alaba y la silla. Han pasado dos años y el Madrid vuelve a levantar el título. De por medio lo hizo el Atlético el año pasado, cuando el Madrid apretó hasta el final. Pero esta vez ha sido diferente: a falta de cuatro jornadas, con un colchón muy amplio de puntos, el conjunto de Ancelotti ha cantado el esperado alirón.

Quizá por eso, porque ya sólo quedaba buscar la fecha en el calendario, la euforia general no ha sido la de otras veces. Creo que la plantilla madridista celebró el título en la agónica victoria en Sevilla, ahí fue cuando se vio con la liga en la mano, ganando al que buena parte de la temporada fue segundo y en una de las fechas más difíciles que quedaban. Y también por cómo lo hizo, como más le gusta. Está siendo una constante en este Madrid desatado, sin cadenas, buscando o no el intercambio de golpes, pero encontrándolo. Son los mismos jugadores y el mismo dibujo, pero no se parece demasiado al Madrid de Zidane: el técnico francés, ante la falta de pegada tras la marcha de Cristiano y la renuncia de Bale, optó por construir el equipo desde abajo, con un excepcional Courtois y una buena defensa que encajó muy pocos goles. A partir de ahí, controlar el partido, tener el balón y no arriesgar más de la cuenta.

Pero Ancelotti se trajo las tenazas con las que romper las cadenas, usar una llave habría sido muy rutinario. En los siete primeros partidos de la temporada, contando liga y Champions, el equipo marcó 22 goles, el mejor inicio anotador del club en el siglo XXI. No fue casualidad: el propio técnico italiano afirmó que trabajaban para mejorar las combinaciones en ataque, para encontrar más caminos hacia el gol. El resto lo hicieron las individualidades: un Benzema superlativo, quizá el mejor jugador del mundo está temporada, y un Vinicius que añadió los números a su juego vertical y desenfadado. El brasileño ha mostrado su mejor versión con la llegada de Carletto en un equipo que guarda poco a la hora de atacar.

Pero no todo fue un camino libre de piedras: el parón navideño no sentó muy bien al equipo, regresó con empacho y bajón de juego, a lo que se unió algún resultado inesperado en liga y la eliminación de Copa. Pero supo sacar adelante los partidos incluso en el momento más dubitativo de la temporada y mantener la ventaja, como también supo rehacerse tras el revés sufrido en el Bernabéu ante el Barcelona. El conjunto azulgrana tardó en comparecer y el Atlético no lo hizo como la temporada pasada, pero no ha de restar méritos a los de Ancelotti: el club blanco sí mantuvo la regularidad donde otros fallaron, una consistencia en los resultados, jugando bien o jugando peor, que le ha llevado a ser campeón.

Y todo ello con un núcleo fuerte pero reducido: Ancelotti quiso recuperar para la causa a jugadores que le respondieron en su primera etapa como Bale o Isco, así como hacer brillar a fichajes rutilantes que no habían rendido como Hazard o Jovic, pero pronto se cayeron del barco con el que Carletto navegaría hasta el título: un once muy definido salvo el ala derecha, que se turnaron Rodrygo y Asensio, y cuatro o cinco suplentes de confianza. Con ellos, libres de la plaga de lesiones que azotaron al equipo el año pasado por estas fechas, ha conquistado la liga a las puertas de mayo. Cuando Florentino lo llamó para sorpresa de todos, muchos pensaban que venía porque alguien tenía que hacerlo, pero venía para esto.

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Gabriel Caballero

Periodista
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