Si algo dejaron claro los dos encuentros de vuelta de los octavos de final de la Champions League con representación española es que hay dos futbolistas que siguen estando por encima del resto.
La eliminación del Atlético a manos de los italianos no se debió, en cualquier caso, al discreto concurso del crack francés. Sí que es verdad, pero, que Cristiano Ronaldo y su exhibición de pegada, hambre y ambición eclipsó a todos. Inclusive su compañero Bernadeschi, que se marcó un partidazo. Es en noches como la que se vivió en el Allianz Stadium cuando ha de emerger la figura de estrella mundial. Donde se muestran los galones. Donde sale a relucir la jerarquía. Y en ese contexto Cristiano se zampó a todos. Devoró el planteamiento del Cholo (que traía un 2-0 de la ida) y tumbó las esperanzas de toda una hinchada con un hat-trick mágico. Griezmann no estuvo a la altura. Fue apeado de esa mesa por un tipo de 34 años al que el Bernabéu añora. Antoine aún tiene 27, pero sus declaraciones de hace unos meses fueron palabras mayores. Seguramente esté justo en el siguiente eslabón. Donde también esperan su momento los Neymar o Mbappé.
Tras el recital de Ronaldo llegó 24 horas después el de Messi. Otro que tal baila. El quinto (!) clasificado en el último Balón de Oro. El argentino dijo a principio de curso que su objetivo era la Champions y va camino de conquistarla. El Barcelona se debe a él. Él inicia las jugadas, las cocina y las termina. Y desatasca un equipo que depende en demasía de la luz con la que brilla su lámpara. Contra el Lyon (0-0 en Francia) los culés consiguieron poner 2-0 pero el tanto de los franceses hizo entrar a los barcelonistas en ese estado de pájara mental que últimamente acostumbran a tener y del que únicamente es capaz de salir gracias a una genialidad de Leo. O varias. Esta vez, aparte de los dos goles, dio otros dos. Para calmar al Camp Nou y para erigirse una vez más como el mejor de los suyos. Para dejar claro que en la mesa que comparte con Cristiano no hay cabida, de momento, para nadie más.